Cuando los obispos alemanes habilitaron una línea telefónica para denunciar abusos sexuales, no pensaron que iba a congestionarse con más de 13 mil llamadas. Desde principios de año, hubo más de 300 denuncias de abusos físicos y sexuales cometidos por los curas en el país del Papa, Joseph Ratzinger, donde su hermano –que también es cura- fue director de un coro infantil en el que sucedieron algunos de estos episodios.
¡Salven al jefe!
Las de Alemania se suman a las miles de denuncias de menores abusados por curas en otros países. Pero, por primera vez, el Papa aparece como posible encubridor de estos crímenes. Nadie cree que no supiera de estas denuncias, teniendo en cuenta que fue arzobispo de Munich y, luego, presidió la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición), entre 1981 y 2005.
Por eso, inmediatamente, se puso en marcha un operativo “limpieza”: el Vaticano publicó un manual que dice que, ante casos de abusos, “hay que seguir siempre la ley civil en lo que concierne a las denuncias de los delitos a las autoridades apropiadas.” Algo novedoso para la Iglesia, donde la doctrina decía que los curas acusados de exigir o solicitar relaciones sexuales debían ser castigados con la suspensión o, en casos más graves, ser despojados del estado clerical. En criollo, “los trapos sucios se lavaban en casa”, mientras la Iglesia cubría a los criminales con un manto de… impunidad.
Con amigos así…
Ante semejante crisis, obispos y curas de todo el mundo hablan y se hunden cada vez más. Cuando en Chile le preguntaron a Bertone –secretario del Vaticano-, si la eliminación del celibato podía ser una solución al problema, el cardenal contestó que los abusos no están relacionados con la castidad, sino con la homosexualidad. Lo que le valió el repudio de gays, lesbianas y transexuales del país trasandino que denunciaron este nuevo intento de la Iglesia de criminalizar, con una aberrante mentira, a las personas que no son heterosexuales.
Un asesor de Ratzinger, mientras tanto, dijo a los periodistas que “existe una conspiración en contra de la Iglesia”. El obispo de Tenerife fue mucho más lejos. Sobre los abusos a menores perpetrados por sus colegas, declaró: “Puede haber menores que lo consientan y de hecho sí los hay. Hay adolescentes de 13 años que están perfectamente de acuerdo y además deseándolo. Incluso si te descuidas, te provocan.”
¿Y por casa…?
En Argentina, hubo numerosas denuncias de curas abusadores que quedaron impunes. El más resonante fue, quizás, el del cura Grassi, condenado a 15 años de prisión por abuso sexual y corrupción de menores, pero al que la justicia dejó en libertad hasta que la sentencia esté firme. No sólo eso, sino que además tiene permiso para entrar a la fundación que presidía, que alberga a niños pobres, donde se cometieron los delitos.
¿Quién va a atreverse a denunciar otros casos, entonces, sabiendo que los abusadores gozan de los mayores privilegios y hasta del financiamiento del Estado para mantener sus escuelas, hogares y seminarios donde se cometen y se silencian tantos de estos crímenes?