Hubo un tiempo en el que, pese a todo, éramos felices
Hubo un momento donde la militancia de Podemos estaba llena de orgullo. Lo demostraba llevando sus camisetas, protagonizando el boca a oreja, llenando los mítines, sintiéndose en su día a día llena de argumentos. Ser de Podemos era un orgullo. En estos tres años de Podemos me he sentido muy a gusto porque pensábamos en grande y actuábamos en grande. Meterse en la política concreta era adentrarse, qué duda cabe, en un berenjenal. La experiencia de los académicos manchándose las manos en la política siempre ha terminado como el rosario de la aurora. Pero cada generación tiene que atreverse a vivir sus propios fracasos. No era fácil estar diciendo cómo había que mezclar los ingredientes de la política y, llegado el caso, negarme a mezclarme con los pucheros en la cocina. Había hueco para romper con la resignación en la que estaba la izquierda europea. Pablo Iglesias, tras muchas conversaciones en La Tuerka, me dijo: “Es el momento. Si no vienes no me meto en esto”. Entendí que había que meterse. Nos ha orientado siempre más el Quijote que Hamlet. Con Carolina y Pablo fuimos al registro y fundamos Podemos.
Hace tres años acababa de publicar el Curso urgente de política para gente decente, que alcanzaría 13 ediciones, y había sacado la tercera edición de La Transición contada a nuestros padres (estamos preparando la sexta), por dos veces había sido invitado a Naciones Unidas, en Nueva York y en Ginebra, tenía invitaciones de decenas de universidades extranjeras y españolas, colaboraba en varios cursos de posgrado, me demandaban trabajos de consultoría y tenía presencia en los medios tanto como yo quisiera. Era una posición cómoda y nadie me tocaba las narices. Pero el 15-M había agotado un ciclo y al menos siete millones de españoles no tenían partido al que votar sin taparse la nariz. Yo no venía de ninguna torre de marfil. Lo había intentado en Izquierda Unida, venía de aprender de las experiencias latinoamericanas, había estado desde el primer día en el 15-M y no he faltado a ninguna convocatoria de la sociedad civil. Estuvimos en cada huelga general, ayudamos a revivir la memoria histórica, protestamos en la calle contra la guerra, dimos clase en la Puerta del Sol defendiendo la universidad pública, nos convocamos a protestar delante de la sede de ese PP que quería ganar las elecciones de 2004 diciendo que el atentado de Atocha había sido obra de ETA y no de Al Qaeda. En lo económico, en las relaciones con Europa, en corrupción, el PSOE y el PP estaban en una lógica cuasi idéntica entre sí. Izquierda Unida estaba encadenada a su biografía y sus miedos. Había que intentarlo. Sacamos cinco eurodiputados. Podemos se convertía en una alternativa real. El sistema empezó a pensar que debía tomarnos en serio. Con motivo de las elecciones andaluzas empezaron a intentar dividirnos.
En estos años hemos pensado en grande y, por eso, me he sentido a gusto. Pese al coste personal. El sistema me disparó sin tasa. Portadas, telediarios, tertulias con todo tipo de acusaciones (parte de los acusadores, de Manos Limpias o del PP, terminaron en la cárcel por extorsión o dimitiendo por pertenecer a las redes de corrupción). Cuando la justicia archivaba los casos, ya no era noticia. Calumnia que algo queda. Pero la mayor tristeza siempre viene de casa. Algo me alertó en ese momento: dentro de Podemos, había gente que entendió que los ataques eran ataques indirectos a Podemos, y me ofreció todo su apoyo. Otros, que por su juventud desconocían lo que significa el compromiso político -cuando un compañero repartía panfletos en la fábrica durante la dictadura, el que vigilaba tenía la obligación de silbar si venía la policía-, no sólo no me mostraron solidaridad alguna sino que pensaban que “muerto el perro se acabó la rabia”. Por eso dije aquello de que en los partidos, al lado de la máquina de triturar papel hay otra para triturar cariño. Había divisiones en Podemos y no nos habíamos dado cuenta. Cuando la justicia archivó la querella por supuesto fraude fiscal, esa gente que me había acosado calló (recuerdo con cariño el mensaje alegre y aislado de Rodrigo Amirola). Me produce satisfacción, al reves de esos prudentes compañeros y compañeras, haber estado en primera línea cuando me tocaba, defendiendo a Rita Maestre, a Íñigo Errejón, a Pedro Palacio, a Guillermo Zapata, a Tania Sánchez. La experiencia es un grado.
De pronto, el sol empezó a nublarse
Podemos ha cometido grandes errores. Cortaba el patrón mientras lo dibujaba. Siete elecciones y sin pedir dinero a los bancos. Quizá el mayor error fue no ser capaces de organizar una dirección colegiada -que Podemos fuera algo más que el número uno y el dos y sus entornos-, donde todos y cada uno de los miembros de la dirección no solo participara de las decisiones sino que también fueran corresponsables con las decisiones. El peso de Madrid ha sido descomunal. E inncesario. El acto de presentación de la propuesta DesBorda de Echenique en la Fundación Diario Madrid ha sido el acto político de mayor calidad que he presenciado en mi vida. Ahí estaba Asturias, Canarias, Aragón, Andalucía, Extremadura, las Castillas, Cantabria, Galicia, el Levante, Murcia, Euskadi… Hay cuadros en todo el estado. La bronca actual sigue siendo muy madrileña y se entiende menos en el resto de España. Fue un gran acierto la elección de Pablo Echenique. Rompió con la inercia de Madrid y de la Complutense. Hay compañeros que han empezado a atacarle. Se hacen así muy pequeños.
La Villa y Corte sigue teniendo un gran peso. Cuando te interesa formar familias políticas, tienes que pensar en Andalucía, en Cataluña y en Madrid, que suman casi la mitad del censo. Esa lógica de fracción ha hecho daño en Podemos. En Andalucía, Teresa Rodríguez ha sabido sumar posiciones y es incuestionable su liderazgo al saber juntar a otras sensibilidades que piensan diferente pero son leales al proyecto común. En Cataluña está en marcha un proceso muy particular y no es fácil enredar. Quedaba Madrid. Las dimisiones en marzo de 2016, que buscaban forzar un cambio en la secretaría general -y sustituir a Luis Alegre por Rita Maestre- demostraban que había gente que estaba montando un partido dentro del partido. Es decir, que no trabajaban con una lógica compartida sino para una familia. Empezamos a empequeñecernos con maneras de novatos. Aquella crisis cogió de sorpresa a Podemos y se cerró en falso. No se explicó con claridad lo que había ocurrido y eso dio alas a los que tenían un proyecto propio por encima de Podemos. Aunque eso debilitara a toda la organización. Seguramente tenían sus razones -miedos a no ser relevantes dentro de Podemos- y se creían con derecho a tener espacio propio en la organización. Pero ese comportamiento conducía a Podemos a la vieja política.
Sergio Pascual, como Secretario de Organización de Podemos, había roto muchos puentes y los territorios habían expresado su rechazo. La dirección, con esa lógica del uno y del dos, intentó apaciguar la discusión dejando territorios al sector de Errejón -pasó con Euskadi- pero de nada sirvió. Algunos ya tenían un proyecto propio. Sergio Pascual era una pieza de parte, de manera que se defendió siempre su presencia como miembro de una familia (Errejón lo ha recuperado para su lista). Hasta que la cosa explotó. Su destitución fue respondida por Íñigo Errejón con el infantilismo de desparecer durante dos semanas, como los niños que dicen que no van a respirar. Podemos seguía empequeñeciéndose a pasos agigantados. El dilema dentro de Podemos estaba ya servido. ¿Iba a primar la generosidad o la lucha fraccional? La experiencia histórica de la izquierda no invitaba a muchos entusiasmos. El núcleo irradiador podía explotar como Chernobil con extensión de la contaminación radiactiva que podía llegar a las lechugas de Finlandia.
Permitirte en casa lo que no te permites fuera ( o de la lógica “para lo que me queda en el convento…”
Las discusiones en este final de 2016 han sido muy tristes. Podemos ha dejado de pensar en grande. Y deja de interesar a mucha gente. Justo cuando el PSOE es insignificante salvo para ser comparsa del PP en el gobierno. Casi nadie lo entiende. Es ingenuo pensar que Podemos es ajeno a lo humano y sus miserias, pero la emoción que ha despertado brinda los puentes para una mayor decepcion cuando se repiten errores. La falta de experiencia ha llevado a caminos que nunca se debían haber transitado. Cosas que no se han hecho hacia afuera -por ejemplo, hacer falsas acusaciones al PP o al PSOE- se han hecho hacia adentro. Es inconcebible. Después de un análisis correcto del papel de los medios entendiéndolos como “reglas de juego” en nuestras democracias demediadas, se ha usado esa condición de los medios contra compañeros. Inconcebible. Después de hacer gala de la necesidad de reinventar la participación en la política, en la interna se ha cortado el paso a los que no pensaban igual en los círculos o han alzado su voz los que se han aferrado a algún cargo -incluso como administrativos- comparando su rotación como el fin del mundo. Inconcebible. Ese comportamiento expulsa a la gente más sensible y convoca a los amantes del barro.
Si Podemos ha dado este espectáculo hacia afuera ha sido precisamente porque algunos sectores han utilizado la disposición de los medios para hacerse eco de sus interesadas quejas. Y claro que los medios van a estar siempre encantados de convertir a Podemos en una jaula de grillos. Es injusto generalizar las culpas. El resultado obtenido les hará pensar que les ha valido la pena, pero ha sido al precio enorme de romper la ilusión de millones de españoles. Pese a que hemos advertido para que no ocurriera, el peso del pasado ha hecho mella. Algunos han conseguido traer a Podemos la misma bronca que tuvieron en Izquierda Unida cuando militaban en esa organización. En una lógica de burócratas y aparatchik eso merecerá la pena porque consiguen espacio. Para otra gente, no es sino una enorme decepción. Si Podemos no piensa y actúa en grande, a algunos no nos merece la pena recibir ni una flecha más.
Ese comportamiento de fracción y la imagen de división de Podemos no enamora a nadie, salvo a los palmeros que ya de manera previsible salen a sembrar ruido o jalear las posiciones propias (los malditos entornos que siempre son más papistas que el Papa). La imagen de Podemos podría terminar pareciéndose a la de IU o a la del PSOE, incapaz de llegar a acuerdos internos. ¡Y no por una discusión de ideas sino por espacios de poder! Para llegar a consensos hacen falta dos partes. Y hay una pregunta obligatoria: ¿quieren todos en Podemos llegar a acuerdos? Para ello habría que empezar a hablar del proyecto. De lo contrario, el acuerdo con el sector de Errejón y Tania Sánchez sería solamente en términos de liberados, financiación y espacios reservados.
Vistalegre no es para Podemos: es para España y para Europa
Tenía razón Pablo Iglesias en negarse a ser Secretario General al margen de las políticas que tenga que desarrollar. Otros, pensando solamente en clave táctica, han dicho: como Iglesias sigue siendo el mejor cartel para Podemos, lo mantenemos, pero le vestimos nosotros. Es muy arrogante esta posición. Esta conversión del Secretario General convertido en un florero, implica seguir hablando de táctica y negarnos a hablar de estrategia. Es seguir hablando de humo, discursos vacíos, retórica hueca. Dejemos ese espacio a Ciudadanos. No es propio de una fuerza emancipadora. Una vez más, la ausencia de debate de ideas. Todos los que nos hemos implicado en Podemos queremos un Podemos ganador. Pero la pregunta realmente relevante, la pregunta por responder es: ¿ganador para hacer qué?
Vistalegre 2 no es un debate sobre Podemos. Es un debate sobre España y sobre Europa. ¿Qué ideas portan los grupos en disputa? Porque la discusión ha sido netamente procedimental, del cómo y no del para qué. Errejón es uno de los políticos más brillantes que conozco. Pero puedes ser brillante defendiendo cosas radicalmente diferentes. Quiero al Errejón brillante al servicio de un cambio de país. El otro no me interesa políticamente. Podemos no es una tarta a repartir. Y una dirección fragmentada, como se reparte una tarta, no sirve para ganar. Desde el comienzo de las discordancias, solamente se ha discutido de tácticas. Desde las primeras discrepancias. Un grupo quería apoyar el gobierno de Susana Díaz en Andalucía y otros pensábamos que eso era una barbaridad. Un grupo pensaba que había que apoyar al gobierno de Sánchez y Rivera, valoró la abstención y se lamentó de que Podemos no hubiera sido “más flexibles” en esa dirección. Otros pensábamos que, como dijo Sánchez en su entrevista a Évole, el PSOE no tenían ninguna otra intención que ser obediente con alguna forma de gran coalición. Las divergencias no tenían lugar porque ningún grupo compartiera las ideas del PSOE o Ciudadanos -que evidentemente no las comparten-, sino por una lectura timorata que buscaba así intentar evitar el encasillamiento en la marginalidad del tablero, dar miedo o buscaba ganar solvencia institucional. ¿No se hizo un hueco Podemos hablando claro? ¿No entró Podemos en el Parlamento siendo la voz de los que se cansaron de estar cansados? Suena a caricatura, pero, en el fondo, estás eligiendo hacerte un poco de derechas para que no te vean muy de izquierdas. Podemos no se hizo espacio mintiendo. ¿Y las ideas? Me consta que Errejón y Tania Sánchez no son personas conservadoras. Pero el exceso de táctica termina por contaminar la estrategia. Hay virtudes que aunque se finjan, se convierten en reales. ¿No sería entonces más sensato discutir de ideas para saber hacia dónde se quiere ir? ¿No nos resultará a todas y a todos más fácil saber qué opinan los que quieren erigirse en familias -Íñigo dijo en su rueda de prensa que él representa una corriente en Podemos-, en vez de seguir discutiendo sobre matemáticas, palabras huecas y mensajes vacíos que solo tienen sentido porque los medios lo convierten en un duelo?
Hay una sociedad civil esperando convertir sus necesidades en derechos, transformar en políticas públicas sus reclamaciones. Hay una España que quiere terminar con las desigualdades de género y la lacra de la violencia machista (y que saque de la política a los machistas que jalean la violencia contra las mujeres con sus declaraciones). Hay una España esperando recuperar derechos laborales, confrontar a las grandes empresas y su impunidad, mover el escenario europeo y ganar a los sindicatos para ganar la democracia en el mundo del trabajo. Hay una España que quiere una fuerza contundente para defender los contratos de trabajo, el cobro de las horas extras, la conciliación familiar, de la misma manera que quiere que los derechos sociales dejen de ser mero “principios rectores” y se conviertan en derechos que la ciudadanía pueda reclamar como tales. Hay una España que quiere una justicia independiente y a la que le repugna que los partidos se repartan los jueces del Tribunal Constitucional o del Consejo General del Poder Judicial. Hay una España cansada de las peleas territorials y que quiere que España se asuma como un país de países y tengamos una convivencia solidaria y pacífica. Hay una España que se considera democráticamente madura y no tiene miedo a abrir un proceso constituyente. Pablo Iglesias tiene que ser ese lider, que se reúna con otros líderes europeos, que retome una agenda de discusión con sindicatos y organizaciones sociales, con mareas verdes y rectores, con mareas blancas e instituciones sanitarias, con pensionistas y sectores de la economía social, que atienda los desafíos de la dependencia, que atienda el reto descomunal del cambio climático. Podemos se ha hecho muy pequeñito en estas semanas. Y no lo es, porque sigue siendo la única alternativa en esta Europa cuya única oferta es o abrazar a la extrema derecha o resignarnos a alguna suerte de gran coalición que haga las políticas de la troika y las aplauda una acomplejada socialdemocracia. Podemos no pueden ser solamente sus rostros visibles. Podemos debe ser sus ideas. Y que las caras se conozcan por su proyecto de país. Aún estamos esperando.