A ella no le gustaban los cómics
A ella no le gustaban los cómics, ni los que tenía papá
poblados de señores con trajes raros, ni los que tenía
mamá llenos de guapas y guapos, tan guapos, que cuando una
les miraba le empezaban a crecer los pies de forma
descontrolada, y los dedos se hacían tan grandes,
que era imposible siquiera usar zapatones de payasón.
A ella no le gustaban los cómics, hasta que descubrió que
el hombre invisible existía. Aparecía cada vez que
pasaba las hojas deprisa como si fueran fotogramas de una
película antigua. Aprendió a atraparlo entre los dedos,
estrujarlo con las manos, dar un soplo y hacerlo
desaparecer.
Le gustaba destruir a los hombres invisibles, a pesar de
que siempre creyó que era uno de ellos, hasta que
la pillaron ensuciando de forma inocente y con cierta
saña la colada de la vecina, una bruja mayor y odiosa
que viajaba sobre los tejados sin escoba. Ese día decidió
que tenía que hacerse invisible.
Un día le pareció que podría conseguirlo mezclando
vinagre, aceite, y un extraño envase que papá usaba
para limpiar el coche. Se dio cuenta de su fracaso
cuando su tripa comenzó a rugir como un toro y su boca
a vomitar como una fuente. Pero no abandonó la idea.
Ella era una niña de principios.
Una fría mañana de invierno, descubrió una vieja loca que
bisbeando un idioma ininteligible pedía unas monedas
al cristiano. Le sorprendió ver que todos, al entrar en
la iglesia rodeaban su falda sucia, ignoraban sus
manos arrugadas y tendidas, y no veían su pañoleta
roja con flores de mugre. Nadie reparaba en su presencia.
Cuando acabó la homilía, decidió adelantarse a su madre,
y esperar en la paza que bordeaba el templo. Comprobó
que todos sorteaban la presencia.
-Mamá ¿porqué no le has dado una moneda?
-¿A quien?
La niña soltó la mano de su madre, retrocedió sobre sus
pasos, y se acercó a la mendiga.
Primero pisoteó el vuelo de su falda, que sucia y con
descuido caía por la pequeña escalinata. Como no consiguió
ningún efecto, decidió buscar en su bolsillo la moneda
que papá le daba los domingos, y probó a dejarla sobre
la mano que la mujer extendía, quien reaccionó y murmuró
"pasiva" o algo así entendió ella. Animada por la palabra
que ignoraba, decidió preguntarle:
-¿Cómo ha conseguido usted hacerse invisible?
La mujer carraspeó, hizo un extraño ruido con la lengua
y con una voz cavernosa, que parecía salir de las
entrañas dijo:
-¿No serás Mafalda? -preguntó mientras una extraña risa
asomaba a su cara.
Ella comenzó a correr hasta hacerse invisible.
© Mª Luisa López Cortiñas
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