A ellas que nunca se fueron a dormir sin antes hacer el almuerzo del día siguiente, a las que madrugaron para preparar el desayuno y corrieron para llegar a tiempo al colegio. A las que escondieron videojuegos para evitar reprobados y llenaron de santos los autobuses de las excursiones.
A ellas que esperaban en el sofá con el interrogatorio listo. A las que con mirar de reojo leen el pensamiento. A las que siempre tienen el mejor consejo, curaron gripes y consolaron decepciones.
A las que odian y aman los aeropuertos, a las que han resistido con el nudo en la garganta mientras recogían pedazos de corazones rotos. A las que mantienen intacta esa habitación y siguen cambiando las sábanas por si reciben una visita sorpresa. A ellas que aún no han aprendido a cocinar para uno menos, siguen poniendo otro puesto en la mesa y al llamar a alguien pronuncian el nombre de quien no puede escucharlas.
A ellas que detectan la nostalgia y dan recetas por teléfono. A las que aprendieron a usar internet, a calcular la diferencia de huso e incluso un nuevo idioma para poder hablar con yernos, nueras o nietos. A las que saborean la amargura de un café en el silencio que a ratos interrumpen con bendiciones. A las que se hicieron cargo de perros, gatos, tortugas, guitarras y juguetes.
A las que soltaron una bofetada a tiempo.
A las que cada día demuestran que no hay distancia capaz de quebrantar el amor verdadero. A las que al peinar sus canas no imaginan la vida sin haber traído al mundo a quienes se las han causado. A la paz que da mirarse en sus ojos, al calor que sólo proporcionan sus brazos, a la paciencia con la que enseñaron a dar cada paso, la clemencia con la que perdonaron cada error y la necesaria severidad con la que impusieron cada castigo.
A las que siguen dando lo mejor de sí para criar personas de bien, a las que nunca leen otras cartas de amor. A las que envejecen bajo el sol haciendo cola para comer, a las que temen enfermarse porque saben que no hay medicinas, a las que lloran cuando nadie las ve.
A las que hacen lo posible por cumplir sueños, nunca piden nada a cambio de todo lo que dan y siempre mienten diciendo que están bien.
A ellas así como son, simplemente perfectas para cada uno porque no hay una mejor que la propia. A todas y cada una de las mujeres que pasan el domingo más famoso de mayo combatiendo el dolor de ver a sus hijos marcharse del país con la esperanza de tenerlos pronto de vuelta para por fin compartir de nuevo la mesa con todos a la vez. A ellas especialmente: gracias y feliz día de las madres.
Fotos:
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Samuel Hidalgo Futrillé