Revista América Latina

A favor o en contra | A cinco años de la pandemia

Publicado el 16 marzo 2025 por Jmartoranoster

La pesadilla del coronavirus quedó en el pasado… Pero también quedaron las secuelas

Parecía una de esas noticias de las que no crees que serían verdad y que nunca llegaría a nuestras vidas hasta que llegó ese 13 de marzo de hace cinco años: se anunciaron dos casos de Covid-19 en Venezuela y se decretó estado de alarma.

Ya no era una noticia de ayer que pensabas (o esperabas) que aquí no llegaría: cuando leías los casos de víctimas fatales, sobre todo en los denominados “países del primer mundo”, y el colapso sanitario por el incremento de pacientes en estados graves, críticos, ya no era alarma lo que había sino, más bien, terror. O por lo menos eso fue lo que percibí cerca de mi entorno.

Cuando llegó a nuestro continente las muertes también aumentaron por neumonía, insuficiencia respiratoria, trombosis… Se creía que al llegar a Venezuela ocurriría una crisis sanitaria, un desastre, pero al ver la experiencia en otras naciones, el gobierno nacional lo pudo controlar al principio y durante buen rato, aunque inevitablemente –como en todo el mundo- los centros de salud y hoteles habilitados para la atención de pacientes llegaron a su máxima capacidad, hubo repuntes de casos, subregistros y lamentables pérdidas humanas.

Yo era fumadora intermitente desde hacía 30 años y ya había pasado por bronquitis y neumonía. Al leer lo fatal que podía ser eso de contraer el coronavirus dejé el cigarro inmediatamente. Lo primero que pensé fue en mi hijo Joel, en mi madre, en mi familia. No podía llegar a nosotros ese virus tan malo. Pero llegó.

Cuando sentí síntomas de gripe a principios de enero de 2021 me aislé más de lo normal. Ciertas ligerezas de diciembre (por tanto encierro y por ganas de ver a los tuyos) causaron dicho contagio.

Cada día buscaba oler vinagre, pues decían que si tenías Covid, entonces perdías el olfato y hasta el gusto. Todo bien en ese aspecto. Con suerte, logré hacerme la prueba y justo, al siguiente día, cuando vi que salí positiva, inmediatamente dejé de percibir los olores.

Cumplí todo a cabalidad en mi casa, pero cada día me sentía peor. Mi hermana Mariana insistía en que un médico debía verme de nuevo, pero yo le respondía que había que esperar, que no pasaría nada porque yo estaba cumpliendo correctamente el protocolo. El problema fue que los doctores me habían indicado el tratamiento para asintomática, pero ya la enfermedad estaba instalada en mis pulmones desde 10 días antes o hasta más.

Era la tarde del sábado 16 de enero cuando recibí una llamada de Shelley, la administradora de Últimas Noticias, periódico donde yo trabajaba en ese momento. Nunca supe para qué me había llamado ese día porque, apenas me escuchó, me dijo con voz de impacto: “¡Rocío tienes Covid!”. Le dije que sí, a duras penas. Se notaba que, al hablar, me faltaba la respiración. “Tienes que hacerte exámenes”, me dijo, a lo que le contesté que pensaba hacerlo el lunes. ¡Qué va! En ese instante habilitó un laboratorio. Mi sobrino Ernesto me buscó y me llevó a hacerme dichos análisis. En 20 minutos estarían los resultados. Debía esperar a que se los enviaran al doctor que laboraba en el diario. Apenas los obtuvo, éste me llamó de inmediato: “¡debes internarte ya porque te vas a morir!”, me dijo exaltado. En medio de mi malestar no entendía nada y, más bien, pensé que estaba él exagerando, hasta que envié los resultados a otros amigos doctores. Éstos también se sorprendieron y coincidieron en que yo estaba muy mal.

Logré internarme en uno de los 59 hoteles que habilitaron en Caracas. Yabrina, mi doctora de cabecera desde ese entonces hasta hoy, fue un ángel y mi gran apoyo en ese trance. Dos antibióticos, retrovirales, píldoras para los pulmones y un sinfín de medicamentos fueron los que me dieron mientras estuve allí. Al décimo día de estar internada, el jefe de los médicos me preguntó cómo me sentía. Por supuesto que estaba mejor. Ya había pasado el peligro. “Ahora te lo puedo decir: si hubieras esperado un día más no lo contabas”, me respondió. Y es que no solamente sufrí neumonía por el virus sino que la coagulación de la sangre se había triplicado. Podía haber sufrido una trombosis en cualquier momento…

Después de dos semanas de estar internada me dieron de alta, pero estuve más de un par de meses de reposo. El coronavirus me afectó el sistema nervioso y linfático, ocasionó fibrosis en el pulmón izquierdo y me generó hipercortisolismo, artritis, síndrome postcovid y ahora urticaria, entre tantas reacciones y secuelas que van saliendo pero que no me van a vencer: por suerte, también cuento con Beatriz Ysasis, quien tiene un ángel, espíritu y conocimientos maravillosos, y, sin duda, es una de las mejores terapeutas y acupunturistas del país.

Sin el amor de mi familia, amigas y amigos que estuvieron siempre pendientes de mi evolución más el profesionalismo de los médicos del sistema de salud público (y la llamada de Shelley, por supuesto) no lo hubiera logrado.

Unas 15 millones de personas fallecieron en el mundo (cifras oficiales de la Organización Mundial de la Salud) a causa de este virus tan terrible que comenzó hace cinco años y que pensamos (o por lo menos yo) que nunca se acabaría.

Ya llevo cinco años sin fumar y no me hace falta. Ahora valoro más a mis seres queridos. Tengo más sensibilidad que antes (en cuanto a sentimientos y también en lo corporal) y, por supuesto, también le tengo más fe a la medicina alternativa o no tradicional (gracias a la sabiduría y manos sanadoras de Beatriz).

La pesadilla de la pandemia quedó en el pasado. Menos mal que se acabó. Pero también quedaron las secuelas y esas no hay que descuidarlas: también hay que atenderlas.

Rocío Cazal 

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