Mark Weisbrot.─ Las reacciones en torno a la muerte de Fidel Castro Ruz han puesto de manifiesto las diferentes formas en que se percibe en todo el mundo al revolucionario cubano y por mucho tiempo jefe de Estado. La mayor parte del mundo ve con admiración a Castro y a Cuba como protagonistas de un hito heroico, al levantarse contra un imperio intimidatorio y de inmenso poder, en defensa de su soberanía nacional, y todavía haber vivido para contarlo. Sin hablar de las millones de personas que se han visto beneficiadas por la ayuda que prestan los médicos y el personal de salud cubanos, junto a otros actos de solidaridad internacional quizá inigualables en la historia moderna, sobre todo tratándose de una nación del nivel de ingresos y del tamaño de Cuba.
En las entrañas de la potencia intimidatoria, las cosas lucen de otro modo. No solo nos referimos a las declaraciones poco corteses por parte de Donald Trump acerca del fallecimiento de Castro, las cuales son fieles a su estilo y buscan complacer a la menguante pero todavía influyente base republicana de cubano-americanos de derecha en Florida. Citemos el subtítulo del New York Times (la traducción de la versión en inglés) en su obituario dedicado a Fidel:
“El Sr. Castro trajo la guerra fría al hemisferio occidental, atormentó a 11 presidentes estadounidenses y llevó brevemente al mundo al borde de una guerra nuclear”.
Detengámonos por un momento en un simple elemento de este humor involuntario: ¿quién fue en realidad quien trajo la guerra fría a este hemisferio? Pocos años antes de la Revolución cubana, Washington derrocó al gobierno democráticamente electo de Guatemala, bajo el falso pretexto de que constituía una cabeza de playa para el comunismo soviético en el hemisferio. Ese acto marcó el comienzo de casi cuatro décadas de dictadura y de una violencia de Estado espantosa, la cual sería luego calificada como genocidio por la ONU. En 1999, el presidente Bill Clinton pidió disculpas por el papel de EE.UU. en dicho genocidio.
Pero lo que en realidad valida la visión de Castro ― que coincide con la interpretación de la mayor parte del mundo ― en torno al enfrentamiento de EE.UU. contra Cuba, aún más que las cuatro primeras décadas del bloque por parte de EE.UU. y demás intervenciones contra Cuba, es lo que ha ocurrido en América Latina en el siglo XXI. En esta época, los gobiernos de izquierda llegaron al poder mediante elecciones democráticas a una escala sin precedentes. Los gobiernos de izquierda fueron electos, y en ciertos países reelectos, primero en Venezuela, luego en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Honduras, Chile, Nicaragua, Ecuador, Paraguay y El Salvador. Algunos de los nuevos presidentes habían sido perseguidos, encarcelados o torturados bajo las dictaduras apoyadas por EE.UU. Y todos coincidían con la opinión de Fidel Castro en cuanto al papel de Estados Unidos en América Latina.
Aunque la Unión Soviética ya había quedado en el pasado por más de una década, la "guerra fría" a la que Cuba se enfrentaba resultó estar vivita y coleando en el siglo XXI. La postura de Washington hacia la mayoría de estos gobiernos era hostil y parecía querer dotarse de oportunidades para deshacerse de los mismos por cualquier medio que fuera necesario. Por supuesto, ya no se trataba de 1960; por lo cual ya no se podrían declarar bloqueos u organizar campañas de invasión como se hizo con Cuba. No obstante, EE.UU. participó en el golpe de Estado de 2002 en Venezuela y apoyó otros intentos fuera del marco de la ley para deshacerse de su gobierno. Washington también hizo todo a su alcance para ayudar a consolidar el golpe militar de 2009 en Honduras, y Hillary Clinton admitió en su libro de 2014 haberse esforzado con éxito para evitar que el presidente democráticamente electo, Manuel Zelaya, volviera a su cargo. El Gobierno de EE.UU. también ayudó a consolidar el golpe de Estado parlamentario en Paraguay en el año 2012.
EE.UU. también le ha brindado su respaldo al reciente resurgimiento de la derecha en América Latina. Cuando Mauricio Macri asumió el cargo de presidente de Argentina en diciembre de 2015, la gestión de Obama levantó su bloqueo a los préstamos concedidos por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y otros órganos multilaterales de financiación, que había puesto en marcha contra el anterior gobierno de izquierda. El juez de Nueva York que había puesto en situación de rehenes a más de 90% de los acreedores de Argentina en nombre de los fondos buitre de EE.UU. también levantó su medida, que dejó así en evidencia un acto político. La gestión de Obama también hizo patente su apoyo al reciente golpe de Estado parlamentario en Brasil.
Resulta que Fidel Castro siempre tuvo razón sobre la política de Estados Unidos hacia América Latina. Es asombrosa la continuidad de dicha política, desde lo más alto de la guerra fría hasta el mismísimo momento actual, dado lo mucho que ha cambiado el mundo. Lo anterior debería hacer que cualquiera se pregunte qué tanto habrán tenido que ver con todo esto la ex Unión Soviética o cualquiera de los demás pretextos que nos han sido expuestos para justificar la intervención de EE.UU. en el hemisferio a lo largo de las últimas seis décadas; por ejemplo, los “derechos humanos”.
Puede que esta vergonzosa realidad atraiga mayor atención ahora que contamos con un presidente electo que habla y actúa como el matón que EE.UU. de hecho ha sido en América Latina durante tanto tiempo. Las cuestiones de óptica tienen su importancia. El gobierno de Obama fue por lo menos igual de malo que el de George W. Bush en el caso de este hemisferio. (La apertura de relaciones con Cuba ciertamente representa un cambio histórico y constituye un reconocimiento de que 55 años de bloqueo no han logrado el deseado cambio de régimen. Sin embargo, se trata menos de un cambio de política que un giro hacia un medio potencialmente más eficaz para lograr el mismo objetivo). No obstante, George W. Bush recibió una cobertura mucho peor que el presidente Obama, lo cual sin duda hizo cierta diferencia.
Por primera vez en muchos años, EE.UU. ahora cuenta con aliados importantes en América del Sur que consideran que los intereses regionales de Washington son idénticos a los suyos. Se trata de los nuevos gobiernos de derecha de Brasil, Argentina y Perú. Eso ya había puesto a Washington en pie de lucha bajo la actual gestión. Trump ha dado a entender que sería más agresivo contra Cuba, aunque no queda claro si querría frenar los intereses empresariales estadounidenses que desde hace muchos años han deseado la apertura del país isleño. Pero vendrá siendo un aliado mucho menos digerible públicamente para los nuevos gobiernos de derecha de la región.
The Hill, 2 de diciembre, 2016
*Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigación en Economía y Política (Center for Economic and Policy Research, CEPR) en Washington, D.C. y presidente de la organización Just Foreign Policy. También es autor del nuevo libro “Fracaso. Lo que los ‘expertos’ no entendieron de la economía global” (2016, Akal, Madrid).
Fuente: http://cepr.net/publicaciones/articulos-de-opinion/a-fin-de-cuentas-fidel-castro-tuvo-razon-sobre-el-papel-de-ee-uu-en-america-latina
http://www.alainet.org/es/articulo/182168