Madrid, 24 de enero de 1977. Varios pistoleros vinculados a un grupo ultraderechista y al Sindicato Vertical de Transportes irrumpen en el despacho de abogados laboralistas del número 55 de la calle Atocha y acribillan mortalmente a tiros a cinco personas. Entre ellas se encuentra el abogado Javier Sauquillo. Su esposa, también abogada y víctima y superviviente del mismo atentado, es testigo impotente del desangramiento de su marido mientras intenta desesperada e infructuosamente taponar sus heridas.
Madrid, 30 de enero de 2015. Dolores González Ruiz, de 68 años de edad, es encontrada muerta en su casa víctima de un cáncer no se sabe si mortal o si bien fue ella quien le otorgó ese poder al dejarse vencer poco a poco reduciendo notablemente la ingesta de alimentos.
Ese 30 de enero de 2015 fue la constatación de la muerte de Dolores. Pero Lola había comenzado a morir el 20 de enero de 1969 y había muerto definitivamente el 24 de enero de 1977.
Enrique, Javier y Lola se conocieron en la Universidad Complutense de Madrid a finales de los años sesenta del pasado siglo. Los tres eran estudiantes de derecho. Los tres querían cambiar el mundo con la arrogancia y la osadía de la juventud. Los tres se hicieron amigos y se enamoraron.
Poco antes del 20 de enero de 1969, una rivalidad teñida de celos mezcla de la inseguridad de Enrique y de la superioridad intelectual de Javier hizo sombra a la amistad entre los dos estudiantes. El 20 de enero de 1969 Lola era la novia de Enrique. El 24 de enero de 1977 Lola era la mujer que intentó inútilmente que la vida no escapara por el orificio de bala en el cuerpo de Javier. A finales de enero nos cuenta las tres muertes de Lola; esas tres muertes que no solo mataron su amor sino también su esperanza y por tanto su futuro.
El libro de Javier Padilla se subtitula La historia de amor más trágica de la Transición. Me gustaría añadir que, pensando en Lola, para mí este libro es ante todo la historia de una decepción.
A finales de enero ha recibido el presente año el XXXI Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias. Lo comento no por hacer incidencia en el galardón (pues no por ser premiado un libro es mejor que otro aunque en este caso el afortunado me parece un muy digno merecedor de premios y elogios) sino por dejar claro lo que nos vamos a encontrar en él.
En el libro de Javier Padilla hay biografía, memorias (no de sus tres protagonistas pues desgraciadamente ya no pueden rememorar nada pero sí de aquellos que compartieron con ellos vivencias y sueños); hay memoria histórica y hay también algo de ensayo. Hay amor y tragedia, indudablemente, pero hay mucho más de radiografía de un lugar y una época y de historia generacional y política. Y es así, entre otras cosas, porque probablemente el autor tuviera muchos más datos y documentación para lograr esto último que para incidir en las relaciones personales entre Enrique, Javier y Lola.
Javier Padilla es serio, riguroso y objetivo. Su obra está documentadísima. Y no, no ha escrito un libro infumable, al menos yo lo he leído con gran interés y por momentos con auténtica fascinación.
Comienza desde el origen familiar de los tres protagonistas. Enrique, Javier y Lola eran niños bien del franquismo. Los tres procedían de familias acomodadas. Pero crecer es comenzar a cuestionar nuestro entorno. Así, los jóvenes de manos no encallecidas abrazan paradójicamente la causa del proletariado. El Partido Comunista para ellos es quedarse a medio camino e ingresan en el FLP. Es como un juego de niños, si se piensa bien, aunque un juego peligroso, pero... ¿qué sería de la juventud sin su convencimiento absoluto y su fe inquebrantable en que solo con proponérselo puede crear un mundo más justo? Concedamos a nuestros protagonistas, eso sí, el triste e ingenuo mérito de no quedarse en las ideas y de pasar a la acción.
«Y la ciudad era joven /aquel 18 de mayo / Sí, la ciudad era joven, / aquel 18 de mayo / que no olvidaré nunca. // Por una cuantas horas / nos sentimos libres, / y el que ha sentido la libertad / tiene más fuerzas para vivir», reza la canción 18 de maig compuesta por el cantautor catalán Raimon tras su mítico concierto del 18 de mayo de 1968 en la facultad de económicas de la Complutense de Madrid. Amor y revolución: qué mejor combinación para sentir la vida en su estado más explosivo.
Recuerdo un círculo encerrando tres nombres. No son los de Enrique, Javier y Lola. Son los de tres personajes ficticios, amigos y componentes de otro triángulo amoroso, y habitantes del país imaginario de Moira que bien podría haber sido la España de ese Mayo de 1968.
El círculo lo traza Marcos Ordóñez en su hermosísima novela Detras del hielo. Su historia, al igual que la del libro que nos ocupa, es una historia generacional. Nos narra lo perdido con esos años de juventud que ya no se recuperará.
Pero A finales de enero es una historia real. Nos llega la fuerza de los ideales de su trío protagonista pero su autor no juega a idealizar. Las relaciones entre los componentes de ese trío no eran perfectas. Su arrojo juvenil, por muy envidiable que se nos antoje, llevaba inherente una cara B impresa de vacuidad y esterilidad.
Esa cara B se volteó con toda su crudeza el 20 de enero de 1969. Tal y como se expresó Juan Ruiz, compañero de Enrique, Javier y Lola en el FLP, «teníamos dieciocho, veinte años, cuando Enrique, que tenía veintiuno, murió en manos de la policía. Y su muerte no podía ser integrada en ningún relato coherente de la vida, sino que convertía a esta en algo como narrado por un idiota, que nada significa. La muerte de Enrique nos hizo comprender, así, a los dieciocho años, que la vida iba en serio: no porque constituyera un relato triste, pero con sentido, centrado en la muerte; sino porque esta podía irrumpir en cualquier momento y su irrupción privaba de cualquier sentido y de cualquier coherencia al relato de la vida previa, absurdamente interrumpido».
Tras la muerte de Enrique y los últimos años del franquismo llega la Transición, esa época de buena voluntad y consenso de la que se suele obviar el hecho de que en absoluto fue pacífica. Tal vez ese olvido, como explica Javier Padilla en este libro, se deba a que «vivir en una sociedad sin violencia política es como vivir sin una enfermedad grave; cuando se padece se cambiaría todo por superarla, pero cuando se supera y pasa un tiempo uno deja de prestarle atención y pasa a preocuparse de otros menesteres».
Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Fotografía de R. Terol.
La que no olvidó nunca fue Lola. Y a pesar de que la matanza que tanto la devastó física y psicológicamente y que se cobró la vida de su entonces marido ha sido considerada siempre un claro exponente de la violencia e inseguridad de esos años, la mortificaba profundamente el hecho de ser calificada como una víctima de Atocha. Ella y Javier, en sus propias palabras, «Somos víctimas de la Transición, yo lo he dicho muchas veces. Por eso es importante que se hable de nuestra historia, y de la de Enrique. Es parte de la memoria histórica de este país. Se está yendo a la memoria histórica digamos de la Guerra Civil, Postguerra inmediata y de lo que se hizo en la República en materia de educación y sanidad. Pero no más adelante, de ahí no se pasa. Del año cuarenta y tantos, que se están excavando las fosas, no se pasa. Y si seguimos así probablemente caiga en el olvido».
Javier Padilla toma prestada la opinión del hispanista británico Paul Preston para decirnos que «la historia de la oposición al franquismo es la historia de un fracaso».
La historia de la oposición de Lola al franquismo es la historia de su fracaso. En sus últimos años se sumó a las filas del Partido Comunista, con el que siempre fue crítica y al que nunca dejó de considerar traidor a la causa que abrazó en sus años universitarios y a la que fue fiel toda su vida. En un país que presume de adulto y ocupado ya en otros menesteres, Lola se quedó sola con su vida truncada en plena juventud.
Creo que el mejor elogio que puedo hacerle a Javier Padilla es que si Lola estuviera viva y hubiera podido por tanto leer su libro pienso que le hubiera gustado. Le hubiera agradado y alegrado no ver una vez más utilizadas las figuras de Enrique y Javier y sí en cambio tratadas (y nunca mejor dicho) como simples mortales.
No quisiera finalizar esta entrada si apuntar que Javier Padilla nació tan solo en 1992. No destaco este dato para insinuar que A finales de enero es bueno para venir de alguien tan joven, pues sería injusto por mi parte minusvalorar de esa manera la obra del malagueño. Sin embargo, el hecho de que un veinteañero se interese por estos temas, tenga la curiosidad de investigar, el tesón de contrastar, la voluntad de profundizar y la profesionalidad y madurez de llevar todo esto a buen puerto, me resulta sumamente esperanzador.
Lola dejó en el aire una pregunta para la que no halló en vida respuesta: «¿Para qué hemos muerto?»
Casi no me atrevo a pronunciar que para que Javier Padilla se interesara por sus muertes, para que escribiera este libro, para que yo lo leyera y aprendiera tantísimo sobre unos años en los que no había nacido (esos años en los que mis padres eran jóvenes proletarios sin causa y de los que solo caigo en que también fueron sus años de juventud cuando leo sobre las referencias musicales de la época); sobre unos años que no recuerdo o que no entendía por mi corta edad; sobre aquellos otros en que mi inmadurez me llevaba a preocuparme de esos otros menesteres.
Casi no me atrevo porque sé que no es una respuesta. Además, me niego a buscar justificación a dos muertes violentas y a una tercera precedida de tanto dolor y tanta culpa.
Enrique Ruano Casanova (Madrid, 7 de julio de 1947 - 20 de enero de 1969)Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco (Ceuta, 3 de diciembre de 1947 - Madrid, 25 de enero de 1947)Dolores García Ruiz (León, 19 de octubre de 1946 - Madrid, 27 de enero de 2015)
D. E. P.
Cortejo fúnebre de los asesinados en la matanza de Atocha en 1977. Fotografía de El País.
Ficha del libro:
Título: A finales de enero
Autor: Javier Padilla
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 420
ISBN: 978-84-9066-657-9
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