Alejandro Nadal, La Jornada
Una de las interpretaciones más populares sobre los orígenes de la crisis en Estados Unidos es que se produjo al estallar la burbuja especulativa en los bienes raíces. La bursatilización y la opacidad de los vehículos de inversión sembraron el caos en el mercado interbancario. Los grandes bancos empezaron a abrigar dudas sobre la solvencia de los demás, y eso congeló el crédito de corto plazo entre bancos, una de las piezas clave de una economía monetaria.
El corolario de esta narrativa es que la crisis se hubiera evitado con un sistema regulatorio eficaz. Eso hubiera sometido la voracidad de los agentes en el sector financiero y el problema se hubiera prevenido.
El problema con esta interpretación es que faltan dos elementos importantes: los fenómenos en el sector real (no financiero) de la economía y las medidas de política macroeconómica. Lo cierto es que la economía estadounidense ya venía sufriendo un triple proceso de estancamiento de salarios reales, acompañado de sobrendeudamiento privado y un deterioro inexorable de las cuentas externas. La política macroeconómica impuesta desde los años ochenta fue la respuesta a estos problemas estructurales de la economía de Estados Unidos.
Desde esta perspectiva, la crisis tampoco proviene de los errores en la aplicación de la política monetaria bajo la férula de Greenspan en la Reserva Federal. Es cierto que a partir de la recesión de 2000 Greenspan instrumentó una política monetaria demasiado laxa, lo que provocó el colapso de 2007. Pero las raíces de la crisis se encuentran más allá de los errores de este personaje: la economía estadounidense estaba ya en malas condiciones y la respuesta de Greenspan en 2001 era la única que se podía aplicar para prolongar la vida de un esquema basado en el sobreconsumo y la recesión crónica. Desde esta perspectiva, la conducción de la política monetaria a la Greenspan permitió sacarle todavía más kilometraje a un vehículo ya condenado a malograrse.
La crisis es resultado directo de las contradicciones del neoliberalismo. Y aquí es importante especificar que el neoliberalismo corresponde a una fase de la evolución del capitalismo, en la que la expansión del sector financiero es consecuencia de la lucha para mantener los márgenes de rentabilidad que se habían experimentado en la décadas de los años dorados del capitalismo (años de la posguerra). Además, el neoliberalismo entraña la destrucción del acuerdo político salido de la década de 1930, un acuerdo que había atemperado el poder de la clase capitalista. Sin un análisis más preciso de estos dos procesos, es imposible entender la crisis actual y tampoco será posible encontrar una salida.
En los años setenta, las principales economías capitalistas comienzan a experimentar problemas en la tasa de ganancia. Ese fenómeno ha sido bien documentado, aunque la mayoría de los economistas lo ignore. La tasa de ganancia evolucionó desfavorablemente desde 1970 y eso provocó una respuesta doble. Por una parte impulsó la eliminación de todas las barreras a la colocación y desplazamiento de los capitales a nivel internacional y en el plano doméstico. Los años ochenta fueron testigo del desmantelamiento de las restricciones sobre flujos de capital heredadas del sistema de Bretton Woods. También se inició la desregulación que hasta entonces había controlado los peores excesos del sistema financiero a nivel nacional.
La otra respuesta vino por el lado de la reducción de los costos laborales. Para ello fue necesario imponer una férrea disciplina sobre la clase trabajadora. Los derechos laborales fueron atacados, y todo lo que representaba cierto poder sindical fue perseguido y estigmatizado políticamente. La globalización y la apertura comercial colocaron a las masas trabajadoras del mundo entero en competencia para ver quién trabaja por menos salario. El resultado fue una transferencia de ingresos hacia los estratos superiores, nunca antes visto en la historia del capitalismo.
Las respuestas a la crisis aceleraron el desmantelamiento del acuerdo social y político que emergió de los años treinta. Se busca a toda costa restaurar el proyecto hegemónico anterior a ese acuerdo. El objetivo es abrir todos los espacios para incrementar la rentabilidad y utilizar todo el poder del Estado para lograrlo.
En su afán, la clase capitalista ha podido sacar provecho hasta de la catástrofe. Pero le será muy difícil resolver las contradicciones de un sistema económico basado en la expoliación y propenso a la inestabilidad. Desde la izquierda queda claro que se debe buscar una salida que no sea la de rescatar un sistema enfermo, so pretexto de que no hay alternativas. Tanto en las economías capitalistas maduras, como en las (mal) llamadas emergentes, existen opciones diferentes que no sólo son factibles, sino que se han revelado como indispensables si se quiere evitar lo peor. Y hoy lo peor es la restauración del proyecto político del neoliberalismo.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización