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A Japón, pasando por Madrid

Publicado el 16 diciembre 2013 por María Mayayo Vives
Últimamente, España huele que tira para atrás (o para adelante, según de dónde se observe). Cualquiera que asome el morro de los Pirineos para abajo sale por piernas con una cara de asco que mosquea. Luego, están estos políticos nuestros (no digo como causa del asqueo guiri, aunque a veces nos ayuden a sospecharlo) que, antes que buscar una solución digna para la situación del país, prefieren apostársela a lo que se tercie. Ya intentaron jugársela a las olimpiadas y, en vista del resultado, ahora rezaban, con toda la disposición en pompa, para ganarle la partida a la crisis en la ruleta rusa de Eurovegas. No dejamos pasar ocasión de hacer el ridículo por todo lo alto.
Casualidades de la vida en ruta, un día, el magnate Sheldon Adelson se inclinó sobre los secarrales de Alcorcón y anunció que, en esos áridos pedrolos, él iba a plantar un imperio. Como lo de los imperios por estos lares ni lo olemos desde el XVII, Mariano abrió las cuencas con tal amplitud que, si no se los sujetan las gafas, se le quedan los ojos colganderos. Pero, cuando creíamos tener todo listo para descargar las mesas de juego, los chulos y las churris, el multimillonario se arrancó con que faltaba cerrar un pequeño detalle: crear un marco legal hecho a la medida de su chiringuito y al margen de la legislación del país. Después de reírse un buen rato de nosotros, se destapó con este capricho de última hora como si no se hubiera acordado hasta entonces de que lo que le apetecía en realidad era un lugar en el que poder fumarse hasta la obligación de tributar sin competencia ninguna. De buenas a primeras, el proyecto de Eurovegas pasó de ser el sueño de un imperio a ser un castillo en el aire con menos de un soplo. Mariano no sabía qué cara poner (ya las ha puesto todas). Otra vez, había prometido por encima de sus posibilidades y las nuestras. La tormenta de millones de euros que estaba a un relámpago de llover sobre Alcorcón volvía a convertirse en otro jarro de agua fría y pasmosa realidad. Esta España acostumbrada al trinque, al juego y a la corrupción sin disimulo le acabó parecido poca al señor Adelson. A pesar de lo que nos hemos esforzado en ofrecer el mejor perfil lúdico-festivo, al final, resulta que continuamos hechos sólo para jugarnos el hambre en una mesa de tasca a una carta de mus, al tute o al teto. Y así fue como este nuevo Cid Campeador se encerró en su limusina y, al grito de "¡ya no juego más contigo, Mariano!", partió en busca de pastos más verdes.
Sin explorar alternativas que requieran un mínimo de esfuerzo político, un atisbo de lucidez mental, una pequeña muestra de merecerse el sueldo que cobran pero no se ganan, de camino a la ruina, nos han convertido a España, además, en una parada para bajarse a mear. En el cenicero en que esta suerte de cuatreros decide apagar el puro mientras apura el inexcusable café con leche in Plaza Mayor. En el patio al que vienen a imponerse y que abandonan frunciendo el morro para irse a jugar de verdad a los jardines orientales. Nadie sabe a ciencia cierta si es porque los japoneses caen más simpáticos o porque tienen una economía mucho más saneada que la nuestra amén de un cambio legislativo en marcha más acorde a los anhelos de Adelson. Mariano apuesta por que sea lo primero.
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