Revista Cultura y Ocio
Poseo la suficiente convicción íntima de mis vicios que no se me pasa por la cabeza renunciar a ellos. De hecho, conforme me visitan, mientras que los disfruto y después, cuando concluyen, razono que mi felicidad, la poca o la mucha que tenga, pasa porque existan y porque yo los adore como lo hago. Es una idea esta del vicio que quizá no corresponda con alguna otra, más prejuiciada, sacada de un más retorcido modo de entender las cosas. Uno de esos vicios capitales, absolutamente imprescindible, del que no me separo un solo día es el jazz. A falta de asistir a grandes o a pequeños conciertos, abastezco mi debilidad con los miles de discos del género que he me asisten en gozo puro cuando mi alma pide una buena ración de jazz. A veces he pensado que mi alma, la apetitiva, la concupiscible, la que se acomoda al traje en que la recojo y de la que me sirvo para irme viviendo como quien no quiera la cosa, está hecha de swing, de bebop, de todas esas maratonianas o brevísimas sesiones musicales. Carezco de argumentos para darle a todo esto que expreso una brizna de cordura. Nada que nos satisface tanto puede ser compelido en el estrecho y triste emvoltorio de la razón. Al modo en que funciona la fe, a decir de quienes la profesan, siento yo el hechizo del jazz. Soy un feligrés humildísimo. Uno que ni siquiera tiene a nadie a mano, lo suficientemente a mano, quiero decir, con quien compartir el asombro. Algún buen amigo al que veo poco entiende qué siento y subscribe, a su manera, todo lo que escribo. Por eso me ha emocionado la fotografía que me ha mandado María Fernanda. Porque muestra un estado muy sencillo de las cosas, un indagar el objeto mismo de mis pasiones con los ojos de quien no alcanza a vislumbrar la hondura de lo observado. Kind of blue es hondura absoluta. No hay ocasión en que no aprecie un destello nuevo, uno inadvertido y que deshace toda posible idea preconcebida de lo que va uno a escuchar. El jazz posee esa inmensa facultad: la de presentarse cada vez con un contenido nuevo, la de producir continuamente la sensación de que la pieza que estamos escuchando la estamos escuchando por primera vez. El buen jazz hace esto. Kind of blue lo consigue invariablemente. No creo que tenga otro disco al que le profese un fervor mayor. Por supuesto ninguno de géneros ajenos al jazz. Mientras que escribe esto (es sábado por la mañana, todavía no ha comenzado el trasiego del día, estoy organizando las cosas que tengo que hacer) suena So what. Tendré que empezar a pensar en dejar de escribir las mismas cosas, con renovado entusiasmo, pero es que la fotografía (de la que no sé nada) me ha conquistado absolutamente. No sé si existe una buena pedagogía del jazz. Este es el primer paso. El primer y limpio paso.