Edición: Impedimenta, 2018 (trad. Mariano Peyrou; pról. Alan Hollinghurst)Páginas: 224ISBN: 9788417115531 Precio: 20,50 €
Penelope Fitzgerald (Lincoln, 1916 – Londres, 2000) no es solo una de las escritoras británicas más importantes de la segunda mitad del siglo XX; sobresale, además, como una de las más singulares, tanto por su concepción del hecho literario («como subirse a un coche reluciente, y que a mitad del camino alguien tire el volante por la ventana», en palabras del novelista Sebastian Faulks) como por la forma en que se desarrolló su carrera. Escritora tardía, comenzó a publicar pasados los cincuenta: primero escribió biografías, siguió con novelas con trasfondo autobiográfico –entre las que se cuentan La librería (1978), adaptada al cine el año pasado con gran éxito, y A la deriva (1979), con la que obtuvo el Premio Booker– y, por último, alcanzó un grado extraordinario de calidad literaria con novelas históricas como El inicio de la primavera (1988) y La flor azul (1995), en las que funde la comedia de costumbres típicamente británica con culturas y escenarios que le son ajenos. No tenía la prisa ni las pretensiones del joven aspirante a escritor; podía tomárselo como un divertimento y, en efecto, al leerla uno tiene la sensación de que se lo pasaba muy bien escribiendo, de que hacía lo que le apetecía. Ese «espíritu» fresco y ocurrente de sus libros se contagia al lector.A la deriva, su tercera novela y la que marcó un antes y un después en su trayectoria, fue publicada en castellano por Mondadori en el año 2000. Impedimenta, la editorial que ha afianzado a la autora en España, la recupera ahora con una nueva traducción de Mariano Peyrou. La protagonista, Nenna James, una mujer canadiense de treinta y dos años, madre de dos niñas, vive en un barco modesto anclado a orillas del Támesis, el Grace. Está casada, pero lleva mucho tiempo alejada de su marido, un tarambana incapaz de aportarle estabilidad. Corren los años sesenta, y su situación resulta extraña: una mujer sola, en un país extranjero, sin trabajo y sin recursos, viviendo en una barcaza, rodeada de vecinos extravagantes. No parece el sitio más idóneo para criar a sus hijas, no parece el way-of-life al que una chica aspira. Penelope Fitzgerald apuesta de nuevo por una protagonista femenina contra las cuerdas: al igual que la Florence de La librería, que emprendía un negocio arriesgado en un punto crucial de su vida, Nenna toma la decisión de instalarse en el barco a sabiendas de la necesidad de poner orden, de buscar un nuevo rumbo. No son jóvenes alocadas, sino mujeres con responsabilidades que afrontan el desaliento sin autocompasión ni rabia.La autora juega con la localización en el río para abordar la situación de una mujer «a la deriva», sin un lugar fijo, a merced de las circunstancias en más de un sentido, no solo material. Inclusos sus rasgos simbolizan esta inestabilidad: está en «una edad a la que si el pelo de una mujer rubia no se ha puesto oscuro, nunca lo hará» (p. 61), el cabello como metáfora para expresar que se ha hecho mayor sin conseguir del todo lo que se espera de una mujer adulta; y «sentía que no era ni canadiense ni inglesa» (p. 61), indeterminación, estar en medio, falta de pertenencia. Las hijas no son indiferentes a este estado: no van al colegio, se pasean a sus anchas por el muelle. La mayor, Martha, de doce años, experimenta su particular coming-of-age con la timidez de la preadolescente atenta y observadora, mientras que Tilda, de seis, se muestra despierta y espabilada entre los vecinos («A Tilda no le importaba nada el futuro y, por lo tanto, tenía una gran capacidad para ser feliz», p. 52). Como analiza Alan Hollinghurst en el prólogo, los personajes infantiles de Penelope Fitzgerald suelen ser niñas precoces, inteligentes, maduras, como en La librería o El inicio de la primavera(Fitzgerald, por su parte, decía que eran como sus hijas a esa edad, no subrayaba ningún rasgo especial en ellas). Nenna, por lo tanto, trata de sortear los obstáculos y reconducir su vida junto a las pequeñas. En una metáfora brillante, compara su condición con estar en paro:
–Bueno, me siento como si estuviera en paro. No hay nada tan solitario como estar en paro, aunque estés en una cola con miles de personas. No sé en qué voy a pensar si no tengo que estar todo el tiempo preocupada por él. No sé qué voy a hacer con mi mente. –Una vaga melancolía se apoderó de ella–. Tampoco estoy segura de qué hacer con mi cuerpo.*La naturaleza transitoria de la estancia de Nenna en el barco conlleva incertidumbre e improvisación en el día a día, que se extiende a toda la comunidad del Támesis, unos secundarios de lujo: Richard, lo más parecido a un patrón, un hombre enamorado de su majestuoso Lord Jim (guiño a Conrad) al que no obstante su esposa le pide una y otra vez establecerse en una casa, llevar una vida normal; Willis, un anciano que vive en un barco destartalado; o el encantador Maurice, un chico siempre dispuesto a ayudar. Nenna no es, en fin, la única que atraviesa una crisis existencial. La novela empieza con una escena un tanto cómica (una reunión informal de propietarios, cada uno con sus excentricidades, que introduce al elenco para después focalizar la atención en Nenna y algunos más), pero el curso de los acontecimientos desvela una realidad no tan apacible. La búsqueda de anclaje se impone: ninguno está en época de principios, las vidas que construyeron fracasaron, desconocen cómo será el futuro, ni siquiera saben si tendrán «futuro». Salvando las distancias, vivir en un barco se asemeja a unas vacaciones forzosas: disfrutan de cierta libertad por la falta de ataduras, pero son conscientes de que se terminará, y ese final será amargo. El desenlace deja ese poso de nostalgia del fin del verano.
Penelope Fitzgerald
Es difícil comentar una novela de Penelope Fitzgerald, entre otras cosas porque cuesta determinar con exactitud «de qué va»: como esas muñecas rusas, cada episodio presenta un nuevo hilo dentro del marco conocido, un giro que aviva un color que permanecía apagado, o que lo ensombrece, con esa rara cualidad de sorprender al lector sin hacer trampas ni resultar efectista. Bajo una levedad aparente, plantea unos conflictos nada leves con un estilo sutil, ingenioso, depurado y salpicado de ironía, con comicidad pero sin pretender ser desternillante. Amable, podría decirse, y a la vez agridulce, desalentadora, un poco como La librería. Bueno, no: bastante mejor que La librería; ocupa un nivel intermedio entre esta y sus últimas novelas. Un buen libro, en cualquier caso, de una escritora a la que merece la pena prestar atención, muy fina y personal, de pinceladas justas, que nunca revela todas sus cartas, mantiene la tensión y da margen al lector para leer entre líneas.*Cita de la página 165.