Revista Comunicación
Ante la desafección in crescendo de la ciudadanía hacia los políticos, la eclosión de los movimientos sociales que irrumpieron a raíz de la explosión en las calles del movimiento 15M parece haberse anclado en la desorientación.
La crisis institucional de este país es cada día más evidente, tan sólo las fuerzas de seguridad logran el aprobado ciudadano, mientras que las demás instituciones son más bien vistas como un problema en vez de como una solución. Este estado de soledad, de abandono en el que parece ahogado el pueblo, no tiene fiel respuesta todavía en los movimientos sociales, que en algún momento despertaron la esperanza de que era posible cambiar las cosas.
Desperdigados cada uno en su particular parcela de actuación, los principales cuestionadores del sistema se pierden en devaneos para buscar una salida en la que el consenso parece cada vez más lejano e inalcanzable. Se combate lo particular, y a veces con mucha eficacia, pero se obvia lo general: el origen del mal está en un sistema incapaz de absorber las aspiraciones ciudadanas y darles cauce.
Aunque hay pequeños intentos de canalizar el descontento ciudadano, parecen de antemano destinados a quedar inmovilizados en el lodazal de la inoperancia. Cada mínimo avance que se produce en las diferentes intentonas por encontrar un camino alternativo, se tienen que salvar un sin fin de obstáculos y dificultades que tienen más que ver con los personalismos que con un acertado diagnóstico de la situación, en el que en general se coincide.
Ni siquiera han sido capaces de ponerse de acuerdo hasta ahora en un programa de mínimos que recoja los problemas que más afectan a la ciudadanía. Es en este tipo de situaciones donde la palabra atasco adquiere su pleno significado. Como dice Ramón Lobo, el verdadero cambio se logra en las urnas, y a ellas hay primero que acudir y luego hacerlo con un mensaje claro, cristalino, que llegue a toda la ciudadanía.
Es un proceso muy lento, suelen argumentar cuando se les advierte de esta deriva. Parecen, como Rajoy, estar demandando al pueblo paciencia en una situación en extremo insostenible. Dentro de siete días se producirá el enésimo intento de reactivar el estallido que hace tres años logró levantar un hálito de esperanza en la gente de este país. Se persigue volver a despertar la ilusión de que la protesta en las calles es ahora más necesaria que nunca. Y tienen razón.
Pero toda esa movilización del descontento será inútil sin la construcción de una alternativa válida que se traduzca en votos en las urnas que consigan cambiar las cosas. Si el sistema se desmonta a tijeretazos, algún día los ciudadanos se tendrán que plantear que tendrán que coger las mismas tijeras para remodelarlo y hacerse un traje a su medida. Mientras eso no ocurra, los partidos en el poder seguirán aferrados a sus flotadores de desesperanza, más pendientes de salvarse ellos mismos que a la sociedad a quien representan, a la espera de que la tempestad amaine.
Artículo publicado en sevilla report.