Revista Cultura y Ocio

A la hoguera – @anapsicopoet

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Recordó que nunca le hizo falta un hombre, que nunca sucumbió a los deseos masculinos de quien intentase llevarla a la sumisión. Recordó que no era el sexo débil, que eso solo son falacias, que había demostrado ser más fuerte que el noventa por ciento de las personas que le rodeaban. Recordó que su abuela siempre decía que lo más importante en esta vida es estar bien contigo y con lo que haces.
Recordó…, recordó durante horas sin saber qué era aquello que reptaba por sus tripas, con ansias de salir en forma de llamas. Y buscando en su recuerdo encontró una ráfaga de instantáneas que violaron al olvido, para dar forma a aquello de lo que su cuerpo parecía pretender deshacerse. Era un antiguo amor de esos que hacen llaga. De esos a los que un día dices “adiós” sin pretender que se vayan. Ese tipo de amor en el que el respeto y la libertad se hermanan, de esos en los que no hay nada que perdonar ni por lo que pedir disculpas. Un amor de esos en los que pasas la noche hablando y cuando te das cuenta estás viendo amanecer, bajas las persianas, os tumbáis en un colchón sobre el suelo y seguís hablando a oscuras, pero más bajito, hasta quedaros dormidos. Ese tipo de amor. Ese amor en el que no hay que guardar las apariencias, en el que te pongas lo que te pongas para él siempre estás preciosa. No sé si sabéis a qué me refiero. Ese amor en el que cada mañana al despertar, te mira a los ojos y te dice: “eres muy bonita, pequeña”. Ese tipo de amor. Ese amor en el que no existen reproches ni preguntas, porque lo que importa es el momento. Donde las risas están aseguradas pase lo que pase entre vosotros y todo se sella haciendo el amor repetidas veces, sin importar la hora, ni el momento, sin importar si se celebra algo o lo que se intenta es provocar un olvido. Donde podéis estar solos, encerrados durante días o estar rodeados de amigos, que nada cambiará el que uno u otro se acerque y le bese o le haga una caricia o le susurre al otro que le quiere. Ese tipo de amor que por perfecto te da vértigo. Ese amor en el que conviertes la tierra en polvo por verle feliz, el amor por el que rezas sin ser creyente para que nunca acabe…ese tipo de amor.
Precisamente aquel que ya no estaba, aquel que el inconsciente se encargó de alejar de su día a día antes de que el tiempo acabase deteriorándolo. Y ahora que volvía al presente en forma de desgarro, como en la ficción, un ente angelical sobre un hombro le decía: “ve a buscarle”, y otro demoníaco le gritaba: “¡acaba con él!”. Ella cerró los ojos, en su mente Einaudi contra Manson se debatían en combate. Despegó sus párpados repentinamente, se encendió un cigarro y sin apartar la mirada del frente anduvo lo más rápido que sus fuerzas permitían, arrollando lo que encontraba a su paso, hasta subir a la azotea. Allí habitaban sus recuerdos. Allí, consciente de lo imposible que es recuperar un pasado perfecto, sacó del bolsillo del pantalón su mechero, se desprendió de toda su ropa, y la prendió fuego en una hoguera cuyas llamas pretendían quemar todo rastro de presencia de aquello que un día fue idílico. Dicen que sus carcajadas avivaban las llamas y que éstas se escuchaban desde el resto de manzanas. Cuando la encontraron, solo quedaban cenizas y ella, desnuda, en un rincón sentada, abrazando sus rodillas, lo único que dijo fue: “A la hoguera, a la hoguera…”

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