Revista Cultura y Ocio

A la hora

Por Finicolasgafas @Finiconlasgafas

Ser coherente es toda una habilidad al alcance de muy pocos. Mantenerse en la fama cuesta una inhumana barbaridad. Que se lo digan al cantante de los cantantes que se fulminó la vida sin dejar de tener éxito. Fue una estrella de rock con manguitos de salsa, tan enorme en su arte como en su personal desgracia. Adorado y explotado a partes iguales. Cuanto más alto volaba más le faltaba el aire, cuanto más brillaba su voz más se vaciaba y oscurecía su pecho. Hay dos clases de personas que disfrutan con la velocidad: unas con la que les proporciona un bólido y otras sintiendo la aceleración en sangre. Para gustos, los estilos musicales. La salsa aparenta ser un mero juego para el baile pero, en manos de los que pertenecieron a la factoría Fania era fuego, caribeña pasión, verdad y peligro. Las grandes innovadoras hazañas suelen surgir de espíritus insobornables, capaces de llevar al extremo y más allá su artística inquietud, sin miedo al estéril logro de fogueo o a la inesperada y fructuosa chispa del roce con lo extraño, como fue dejar que el ritmo latino se empapara de Jazz y vanguardia. Quizá el cantante de los cantantes ni supiera lo que hacía, pero lo hacía. También llegaba tarde a los conciertos por su actitud roquera y disoluta pero, en vez de hacer valer su vanidad ante su sufrida banda, hacía una canción, tan plena de tierno humor como de ritmo caliente, a pesar de que a sus músicos no les hiciera mucha gracia que el rey de la puntualidad nunca llegara a su hora. 

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