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A la izquierda, donde el corazón - Leonhard Frank

Publicado el 09 noviembre 2018 por Rusta @RustaDevoradora

A la izquierda, donde el corazón - Leonhard Frank

Edición: Errata naturae, 2018 (trad. Esther Cruz Santaella)

Cabe asumir que también Miguel Ángel, Beethoven, Shakespeare y Goethe tenían complejos. Tampoco Dostoievski debía de gozar de una salud de hierro. ¿Habría analizado usted a esos artistas? ¿O prefiere que se haya pintado la Capilla Sixtina y se hayan compuesto las sintonías de Beethoven, además de escribirse Hamlet, Fausto y Los hermanos Karamázov? De hecho, comparados con esos gigantes, nosotros somos unos enanos sólo perceptibles con ayuda de un microscopio. [...] Esto es: nosotros somos lo que somos si escribimos. Por nada del mundo cedería mis complejos, y lo digo literalmente: por nada del mundo. Los necesito.*

En la historia de la literatura abundan los nombres olvidados, y quizá el peor olvido de todos sea el que se produce en vida: escritores que disfrutaron de una gran reputación, que conocieron el éxito de crítica y público, caídos en desgracia en sus últimos años. A menudo estas rupturas se producen después de una hecatombe, en periodos de transformación sociopolítica en los que interesa (a los de arriba, claro) ignorar lo que funcionaba antes y promover un nuevo proyecto, acorde con su pensamiento, con una determinada idea de la modernidad. El ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, en este sentido, fracturaron la carrera de muchos autores, como el alemán Leonhard Frank (Wurburgo, 1882 - Múnich, 1961), novelista destacado del periodo de entreguerras -se le nombraba junto a Thomas Mann y Stefan Zweig, entre otros- que sufrió el exilio y, a su regreso, se encontró con sus libros en las tinieblas. A la izquierda, donde el corazón (1952), su novela más autobiográfica, para muchos su obra maestra, va de todo eso y más: del auge y el descenso de un escritor, de los claroscuros de su vida personal, de la convulsa primera mitad del siglo XX.

Es difícil comentar un libro como este: uno no sabe si está hablando del autor o de su alter ego, si está reseñando una obra literaria o desgranando una biografía. Leonhard Frank escribe en tercera persona, bautiza a su protagonista con el nombre de Michael Vierkant. No se trata, por lo tanto, de unas memorias, ni tampoco de la autoficción que abunda ahora en las librerías. De hecho, renuncia a contarlo todo, a recrearse en la amargura, a favor del relato "puro". Es, en esencia, una novela, solo que una novela inseparable de su trayectoria, por mucho que se tome algunas licencias para redondear la construcción (como la forma en que conoce a su mujer). Él desarrolló a lo largo de su carrera un realismo objetivo, que aplica a la hora de "novelar" su vida. El resultado: un libro de hondo calado que merece la pena tanto por su valor testimonial de crónica de una época como por narrar una peripecia emocionante. Lo importante: sea lo que sea, rebosa esa verdad literaria que se espera de una narración.

En la novela hay dos grandes etapas, que pueden delimitarse como el auge y la caída del escritor, tal como él mismo reflexiona: "Su vida ya no era su vida. Estaba dividida en dos, justo por la mitad" (p. 220). En la primera etapa, Michael Vierkant, un chico de provincias humilde, aspirante a artista, llega a Múnich en los albores del siglo XX. Prudente e inseguro, comienza a moverse por el ambiente bohemio de la ciudad, donde confía en empezar una carrera como pintor. Su oportunidad, no obstante, le llegará un poco más tarde, ya en la década de 1910, y no con las artes visuales, sino con la literatura. Su debut, una novela de aprendizaje, tiene una acogida extraordinaria y lo sitúa de inmediato como un escritor respetado. Por entonces se instala en Berlín, donde transcurre la mayor parte de su vida, entre cafés, tertulias y fiestas. Llega la Primera Guerra Mundial; después, los "locos años veinte". Su carrera se consolida: "Por primera vez, se sintió reconocido e importante, y entonces pensó: "Hay que darse importancia a uno mismo para poder escribir"" (p. 200).

Michael cultiva un realismo comprometido con las desigualdades de la clase media, con sentido del humor y un lenguaje claro, sencillo, que entusiasma a millones de lectores -de esta fase destaca su novela breve Karl y Anna (1926), publicada por Errata naturae en 2013-. El libro recorre asimismo su vida personal, con sus amores y sus (muchas) amistades. Con respecto a lo primero, le pone el punto de emoción justa para conmover sin caer en la sensiblería, con pasajes sugerentes y delicados: "Te voy a desvelar ahora mismo cuál es la mayor felicidad para un hombre: su mayor felicidad es que una mujer a la que ama lo ame a él. Quien no experimente tal cosa, no habrá vivido" (p. 299). En cuanto a los amigos, esboza un retrato fiel de un círculo intelectual fértil, el oasis entre las dos guerras. El declive de Michael empieza, precisamente, con el ascenso del nazismo: lo internan en un campo de concentración en Francia, del que logra escapar con un manuscrito escondido entre sus ropas, para terminar exiliado en Estados Unidos. Allí trabaja como guionista, como muchos de sus coetáneos, un empleo deslucido para alguien como él. Nunca se adapta por completo al país, pero, cuando al fin puede volver a Alemania, lo que encuentra ya no es la tierra que conocía.

"El escritor que no tiene detrás a su país cae al abismo en la lista del respeto, como acciones de poco valor. Lo aceptó con serenidad y se retiró en sí mismo: estaba solo" (p. 220). Las últimas páginas están teñidas por el regreso traumático, las ciudades destrozadas, la pérdida. Este Michael ya no es ese novelista con un público que espera su nuevo libro, sino un hombre derrotado, un literato desarraigado en su propia patria. Con ese punto de vista escribe Leonhard Frank esta novela: desde la experiencia de quien ha vivido, desde la conciencia de quien se sabe en el final de su carrera. Y, aun así, no hay rabia en su voz, sino lucidez, serenidad, calma. Como si esta obra fuera su forma de poner orden en su memoria, de meditar sobre los vaivenes de su existencia, de despedirse con elegancia. Quizá, por encima de todo, A la izquierda, donde el corazón sea una exploración de la relación entre la literatura y la vida ( su literatura y su vida) en un periodo histórico convulso. Leonhard Frank escribió una novela a la altura de aquello por lo que había vivido, aquello que había amado de manera incondicional: un legado magnífico.

*Cita de la página 169.


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