Como “pequeño tributo a Georges Perec”, al final de Prosa y circunstancia (Anagrama) Enrique Lynch hace una suerte de inventario, verbi gratia: “ME GUSTAN:... Stevenson... Emily Dickinson... Philip Larkin... Bach... Wallace Stevens... comer muy bien... Cathérine Deneuve... Stan Laurel & Oliver Hardy... The Rolling Stones... Nabokov... hablar como un colombiano... el café... Karen Blixen…” “NO ME GUSTAN:... Wagner... Popper, Habermas... Picasso, Mozart (con excepción del Réquiem), el deporte... El Quijote... los críticos de arte... las fiestas populares... los tenores en las termas de Caracalla... el basketball (y menos si lo llaman “baloncesto”)... los vecinos...”Perec el taxónomo tiene, por supuesto, listado semejante. “Me gustan:... los jardines... las pastas recién hechas... el jazz, los trenes... caminar por París... los lagos, las islas, los gatos...” No le gustan: “las legumbres, los relojes de pulsera, los políticos... los peluqueros, la publicidad, el té... Godard, la mermelada, la miel, las motos...”El propio Perec se encarga, sin embargo, de establecer su filiación: Sei Shōnagon: “Sei Shōnagon no clasifica; ella enumera y recomienza. Un tema suscita una lista, simples enunciados... Más allá, un tema casi idéntico produce otra lista, y así sucesivamente...” (Pensar, Clasificar: Gedisa). La ayudante de menor rango —de la emperatriz Sadako, circa año 1000— que la posteridad conoce como autora de El libro de la almohada escribió: “Se trate de lo que fuere, poco importa, puede decirse que todo lo que es pequeño es adorable.” (traducción de Pinto et al); o: “... en verdad todas las cosas pequeñas son adorables.” (Borges y Kodama); o: “Cualquier cosa, si es diminuta, resulta grata.” (Amalia Sato).Y llego al fin a Jane Bowles: “Placeres sencillos —...— como los que se obtienen sin estar entre mucha gente... Placeres sencillos como estas patatas asadas en vez de bailes, whisky y orquestas…” (Placeres sencillos: Anagrama).Todo para decir que me gusta, o que es cosa adorable: por pequeña, o que —desde hace ya siete años— no conozco otro placer más sencillo que quedarme la tarde del sábado, toda, en Libélula.
José Fernando CalleLibélula libros