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A la sombra de las hojas

Publicado el 10 junio 2016 por Libelulalibros
A la sombra de las hojasEscribió Miguel Grinberg para que fuera dicho —como corresponde— como un rezo: «… si no hubo flores ⁄ valió la sombra de las hojas…» Lo conocí —como tantas otras cosas— por: Gustavo Wilches Chaux: que lo puso de su puño y letra en una vieja libreta mía. De tal manera que Grinberg tuvo que ver en el nombre de estos apuntes, pero también el «Hagakure», o sea: «A la sombra de las hojas»: siempre he creído que dicho nombre juega con las acepciones de «hojas» como follaje y como «cuchilla de arma blanca». No suponía abuso, pues, introducir otra: la de las hojas de los libros —que dan sombrío para el alma. Pero no iba a hablar de esto —o tal vez sí, pero de otra manera— sino de un libro japonés que tenía meses persiguiendo: la 1ª edición es de noviembre pasado, y que en Libélula me consiguieron pronto: «El hombre sin talento»: un manga de Yoshihauru Tsuge, que ha publicado fielmente la editorial Gallo Nero [traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés]. La esencia de la fidelidad, pienso, consiste en que se trata de un libro japonés que apenas sí consiente que las palabras sean en español: habrá de leerse de derecha a izquierda, o sea —según nuestro modo: de atrás para adelante. Así que la primera imagen —que habría sido de las últimas: a la manera occidental— muestra a Suseko Sukegawa recostado en un tenderete donde vende piedras. A algún reseñador esto le fue suficiente para poner en funcionamiento la socorrida manía crítica de buscar el equivalente más próximo: «Oblómov»: «Estar tumbado no era para Oblómov una necesidad como lo es para el enfermo o para el que tiene sueño… ni siquiera un placer como para el perezoso: era su estado normal.» [Iván A. Goncharov, traducción de Lydia Kúper, Alba 2007] Muy pronto el reseñador resolvió su asunto: esto aparece en la segunda y tercera páginas de la novela: más aún: se reproduce en los primeros renglones de la contratapa. Y fue así como un personaje de un manga de 1985 fue descifrado según el talante de uno de una novela rusa de 1859. Ahora último le leo y le oigo —a Gustavo Wilches Chaux— del «derecho» de la sombra. Al que debe añadirse el de estar tumbado: tumbado a la sombra se componen formidables y originales reseñas —no como esta zarandaja que para fortuna del improbable lector enseguida se acaba. Jose F. Calle
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