Revista Política
En un teatro de Estocolmo se ha estrenado una obra sobre la vida de Olof Palme, el gran Primer Ministro sueco tiroteado en 1986. Si Tage Erlander fue el padre de la socialdemocracia sueca, el constructor del Estado del Bienestar mas perfeccionado del mundo, Olof Palme fue un buen continuador. Pero la obra de teatro transmite un olor a naftalina, a pasado que refleja el actual estado del partido socialdemócrata sueco y, en gran medida, de todos los europeos. El declive del partido socialdemócrata sueco ha sido constante desde que perdió las elecciones en 2006 y 2010. El auge de la extrema derecha y la poca visión de líderes cada vez más ineptos han hecho que el electorado se haya ido apartando del partido que creo la Suecia actual. Pero la socialdemocracia está ensayando un experimento de autocrítica y de búsqueda de ideales perdidos que los demás partidos hermanos de Europa no deberían perder de vista. Tras la dimisión de último líder, ha cogido las riendas del partido Stefan Löfven, antiguo obrero y miembro del sindicato del metal que ha iniciado un cónclave en la ciudad más socialdemócrata de Suecia: Vasteras.En Vasteras se está analizando la pérdida de los valores socialdemócratas y la asunción de programas que, si bien no son incompatibles con la socialdemocracia, no constituyen su núcleo central y ha permitido que el partido pierda el rumbo. Tales como los programas de ecologistas, feministas o la globalización. Son solo palabras grandilocuentes, comentan varios dirigentes del partido, que han hecho que nos perdamos por el camino. El Congreso de Vasteras pretende centrar el programa socialdemócrata en el ser humano, como siempre ha sido. Deben tratar temas como los seguros sociales o las condiciones laborales que es lo que interesa al electorado socialdemócrata que se ha visto huérfano políticamente cuando este partido, como el PSOE en España, ha empezado a hablar de otros temas como los nacionalismos o el cambio climático. El PSOE jamás había puesto en duda la unidad de España y no había permitido que este tema saliera a la palestra. Fue con José Luis Rodríguez Zapatero cuando éste comenzó a usar la dialéctica de partidos como ERC lo que hace que hoy el establishment socialdemócrata español haya huido del PSOE. El humanismo es lo que trata de recuperar el Partido Socialdemócrata Sueco y es lo que deberían recuperar los socialdemócratas europeos y no solo esperar que la coyuntura les devuelva al gobierno. Al igual que otros en Västerås, recurre a la sagrada referencia de los acuerdos de Saltsjöbaden en 1938, que consolidaron el pacto fundador de la Suecia moderna con un Gobierno que dejaba a la patronal y a los sindicatos negociar solos los acuerdos colectivos y en la que cada uno respetaba la parcela privada del otro en beneficio del interés general. En el pasado, los Gobiernos socialdemócratas siempre fueron conocidos por favorecer a las grandes empresas, lo que permitió, por ejemplo, la expansión de grupos como Ericsson, o incluso ABB, la principal empresa de Västerås, que se ha beneficiado de esta cooperación con el Estado desde la Segunda Guerra Mundial. Se pone el punto de inflexión en 1985, cuando los miembros del Partido Socialdemócrata empezaron a aplicar medidas neoliberales, por las corrientes que se estaban imponiendo en Europa y en el mundo tras el Nobel de Economía de Milton Friedman (1976), en ese momento el partido comenzó a vender su ideología y a asumir otra que no era la suya. El votante de clase media huyó hacia los conservadores de corte paternalista, quienes mejor encarnaban la protección de los derechos sociales que habían implantado los socialdemócratas. Sucedió en Suecia lo que en el resto de Europa: los conservadores tomaron la iniciativa de protectores de Estado del bienestar con el avance hacia las reformas que lo hicieran más "competitivo", cuando lo que estaban era desmantelandolo, todo con ayuda de la socialdemocracia por su incomparecencia y su búsqueda de espejismos en el desierto. El final de la obra bien puede aplicarse a la totalidad de la socialdemocracia europea, cuando Olof Palme sale del escenario respondiendo a una antigua militante, que le pregunta dónde va. "No sé dónde voy"