¡Ya estamos de vuelta! ¿Qué tal va el verano (y el invierno por el hemisferio sur)? Nuestras vacaciones nos han sabido a gloria bendita. De todas formas, aún queda verano por delante y tiempo para seguir disfrutando de una vida más relajada. Aunque, eso sí, ya asomadas a nuestro blog y, por supuesto, a los vuestros, que a pesar de la desconexión virtual, siempre os tenemos presentes. Y hablando de conexiones, una obsesión muy común en decoración, es la de no querer tener ningún cable a la vista... En la reforma de la última casa en la que una de nosotras vive, ¡la partida de electricidad ponía los pelos de punta! Varias tomas de televisión en el salón, "y si queremos verla desde aquí, o desde allí..." Ni una sola pared de la casa sin un enchufe (o dos si era muy larga), por si nos daba por colocar un velador, una lámpara, un calentador, un ventilador... Apliques encima de cada mesilla de noche, estudiada su posición al milímetro con respecto a la cama. ¡Cero cables, cien por cien felicidad! Por eso, nos preguntamos consternadas: ¿cuándo comenzaron a introducirse sibilinamente los cables con las bombillas "pelás"? ¿Cómo puede ser que podamos suspirar por tener uno de esos a la vista? Pues sí, no solo suspiramos por uno, ¡es que lo tenemos! Y para más inri, ¡fabricado por nosotras! Y nos encanta... ¿Se puede caer más bajo?
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O más alto, depende del largo que le demos al cable. ¡Con lo que nos gustaba a nosotras una tulipa...!