Ese invierno del 74 me di cuenta de que era imposible mantener la casa sólo con lo que dejaban las cabras ¡y eso que yo les echaba todas las horas que hiciera falta! Elena estaba embarazada y me daba vergüenza tener que pedir fiao el dinero pa que la viera el médico así que decidí bajar a buscar trabajo en Sevilla. Los de la Trocha y Los Romeros de La Puebla siempre estaban dispuestos a echarme una mano y Paco Lira también pero en La Cuadra se cantaba más por afición que por buscarse la vida.
En la Venta Vega y en el Morapio de vez en cuando entraba algún señorito a que otros le cantáramos nuestras penas mientras él se divertía y eso era denigrante pero en casa no había nada y cuando volvía, por la mañana, con cuarenta duros ya me daba por satisfecho. Pero eso de esperar, como una mujer en la calle, a que venga un cliente con ganas de juerga no iba conmigo, me sentía indigno y pienso que ése no es el ambiente que requiere el cante jondo. Y tuve más de un tropiezo por lo mismo.
Una vez, en El Morapio, tres tipos me tuvieron cantando toda la noche y, al terminar, uno me metió veinte duros en el bolsillo de la camisa que, menos mal que me dio por mirarlo, porque ya se iban. Le dije que eso de meter el dinero en el bolsillo no eran maneras y que el precio a mí trabajo lo ponía yo: que aquello valía, pa mí y pal guitarrista Antonio Sanlúcar, mil quinientas pesetas. Tuvo la poca vergüenza de decirme que allí se había comido y bebido… Yo no había comido nada y, en toda la noche, sólo me había tomao una copa de coñac y ésa, la había pagao yo… que me diera el dinero y tan amigos.
Cuando el viejo Sanlúcar vio que el tío se ponía farruco y que yo me iba pa él, me dijo que se le había nublao la vista. Luego, cuando el otro me dio las mil quinientas pesetas y las repartí con él, se le salían los ojos de las órbitas. Desde ese día, cuando entraba en la venta, los artistas me decían: “Ahí viene el que se lo lleva to” y me lo decían con admiración… A los flamencos nos gusta mucho mitificar a la gente pero para mí aquello era una humillación.
Fandangos con letra de Carrasco de mi primer disco Así canta El Cabrero
Unas mañanas, si tenía dinero, pillaba el primer coche viajero pal pueblo, y otras me iba en autostop y tal como llegaba me ponía a ordeñar, comía y dormía un rato y sacaba las cabras hasta el sol puesto y vuelta a Sevilla. ¡Aquello no había quien lo aguantara! Elena me pidió que no fuera más y al poco tiempo lo dejé. Lo único bueno que recuerdo de esas ventas fue el encontrarme con algunos artistas que luego no vi en los festivales: El Gordito, Fregenal, Niño Arahal, El Rubio de Alcalá… pero sigo diciendo que las ventas eran un lugar indigno para el flamenco.
A finales de diciembre me vino a ver mi primo, Manolito El Tasca, con Pepe Carrasco. Eran muy amigos y los dos muy flamencos, boemios y buenas personas. El Tasca tenía entonces una tabernita en la Plaza de Curtidores y ponía siempre muy buen cante en un pick-up que había al fondo del mostrador: Chocolate, Tomás,Terremoto, Fernanda, Juan Talega, Caracol, el Pinto, Carbonerillo… esos eran sus favoritos. Allí paraban artistas conocidos y también maletillas del arte y, el que llegara con cara de esmallao, comía. Yo no me cansaba de escuchar la seguiriya esa de Chocolate “Al cautivo” y le pedía que me la pusiera sin parar y él encantao porque era de Chocolate a morir… Un día me dijo que en su familia había cabreros y me preguntó de dónde era y yo le pregunté a él y resulta que éramos primos segundos por parte de mi padre y de su madre.
Carrasco también tenía un bar, en los Pajaritos, y allí sí que había la mejor colección de grabaciones que yo he visto, muchas todavía en pizarra y por eso me quedaba muchas veces en su casa, pa emborracharme de cante. Pepe era una especie de asesor de la Bélter para el flamenco y escribía letras a cantaores ya conocidos entonces como Camarón, Chocolate, Turronero… bueno, a casi todos, y era muy popular entre los artistas. Me propuso hacer un disco y acepté a cambio de que la Bélter pagara todos los gastos de clínica y médico para Elena, que iba a dar a luz a los pocos meses. Y así se hizo la cosa: ellos pagaron lo que costó el nacimiento de nuestro primer hijo, Joselito, y yo grabé “Así canta El Cabrero”.
Yo no conocía más guitarra que la de Joaquín el de Quejío, Manolo de Córdoba, y Antonio Sanlúcar que me tocaba en El Morapio ya estaba mayor. Pero en el Festival de Mairena había escuchao al Poeta, tocaba fuerte y flamenco y pensé que pa mi cante iría bien. Fuimos a Barcelona sin haber ensayao ni un cante y algunas letras de Carrasco me las aprendí a última hora, en el hotel y el disco lo hicimos en tres días. Luego El Poeta me comentó que había hablao con Fosforito de que iba a grabar un disco, sin ensayar, con un tal Cabrero y Antonio le había dicho: “no te preocupes, lo he escuchado y ése hace el disco”… Me escucharía en el Concurso de Córdoba porque con él no coincidí hasta más adelante, en los festivales.
Más fandangos, con letra de Carrasco, del primer discoPor aquel entonces ni Elena ni yo pensábamos en hacer letras; ella escribía mucho pero en un diario que parecía el Quijote, de grande, y anotaba todo lo que sucedía y cosas que yo le contaba de mi vida pero letras ninguna. La soleá apolá y la malagueña eran letras populares, la bulería por soleá de Andrés Ruiz, martinete con letras de Quejío y el resto, taranto, seguiriya y fandangos de Carrasco. Lo traía loco porque la mayoría de las letras que me proponía se las echaba pa atrás; yo le pedía que hablaran del campo y que dieran salida a esa rebeldía que llevo dentro desde que nací y lo hizo y cada vez mejor, más ajustao a mi forma de pensar a medida que me iba conociendo. Ahí en ese primer disco hay ya atisbos de lo que me gustaba, como esa letra “Viejo y le faltan las fuerzas, a ese hombre no hay quien lo mire a la cara, porque es viejo y le faltan las fuerzas, después del producto dao, pa ese hombre no hay clemencia, ¡tanto cómo ha trabajao!” Carrasco fue un gran amigo, uno de los mejores letristas de flamenco y alguien muy importante en mi carrera.
El disco “Así canta El Cabrero” salió en otoño y, el mismo día de la muerte de Franco, en los informativos de la tele nacional se habló del disco y salí cantando lpor seguiriya “Le corten la lengua”. Ahora lo escucho y veo que, en algunos momentos, iba muy a mi aire con la guitarra y tampoco me peleaba con los cantes como lo hace uno cuando ya va cogiendo confianza en sus facultades. Pero está hecho con respeto y afición.
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