Viajar no es lo mismo que estar fuera de casa. Salir de viaje implica relacionar, leer, investigar, absorber, mimetizarse con el nuevo paisaje cual camaleón. Hacer tuyas las calles, hablar con sus gentes, conocer sus lecturas, captar imágenes de lo que nadie fotografía, imaginar historias y dejarlo todo por escrito. Viajar no debería hacerse sin llevar unos apuntes diarios. Sacar la libreta antes de acostarse, con las piernas hechas trizas pero con el lápiz a punto. Antes de apagar la luz, escribir uno a uno todos los detalles del día. No solo aquello visitado, sino aquello vivido. Lo leído, lo conversado, lo sentido mirando al cielo o reposando en un banco en plena calle. Entonces sí, se pueden cerrar los ojos.
Los que tan solo están fuera de casa, pululan por las ciudades, no las viven. Recopilan decenas de lugares sin sentirlos. Cada uno en su intensidad. Deambular sin rumbo, sin resultados, no es viajar. Ir de un monumento a otro, no es viajar. Sí lo es, para mí, anotarse el diálogo con una camarera, la conversación con alguien en una parada de autobús, desayunar cada día en el mismo lugar y que al tercer día ya no pregunten qué deseas, recorrer las calles sin necesidad de mapas. No perder detalle. La única manera de no perderlo, con los años, es anotarlo en el cuaderno de bitácora. ¿Y para qué? “Tal vez sea la necesidad de vivir más de una vida dentro de esta vida tan corta que tenemos” Así lo dijo Elvira Lindo, en la crónica sobre su estancia en NY, y quizá tenía razón. Cuando viajamos vivimos una vida distinta dentro de nuestra vida. Dejamos la rutina a kilómetros de distancia, nos relacionamos con personas ajenas a nuestros círculos, en otra lengua, en escenarios nuevos. Hacemos ver que somos otros e intentamos pasar desapercibidos entre otras gentes en otras calles. Nuevas vidas dentro de nuestra vida por unos días. Por eso hay que anotarlo todo. Para no olvidar ese trocito de vida real que dejamos más allá de los horarios de la vida grande. La vida oficial que siempre necesita de esas vidas pequeñas para seguir sonriendo.Gran parte de la sonrisa de los viajes proviene de las fotografías. Las culpables de que no olvidemos. Por eso es importante que nuestros textos acaben acompañados por ellas. Así yo las hago imprimir y monto el álbum de viaje con mis textos del diario y las imágenes. Con el tiempo, una recupera sus viajes y se reafirma en lo que dijo Lindo, pequeñas vidas dentro de una sola. Con los años nos convertimos en espectadores de nosotros mismos. Como si no hubiéramos sido los mismos que estuvieron en Oporto, por ejemplo.La otra sonrisa de los viajes son los libros. Las lecturas previas, los escritores que recorrieron esas calles o escribieron sobre los parajes que descubriremos. Las crónicas de viaje de otros que vivieron ese cielo antes que nosotros. Importantísimo ir estudiado para viajar buscando. Para impregnarse, sin aún bajar del avión, del olor del papel que nos espera. “Los libreros son dealers y son virgilios. Sin los cicerones que te revelan lo que no está en Wikipedia, la crónica de viaje no tiene sentido.” Carrióndecía toda la verdad. Las conversaciones con los libreros son de las más ricas en los viajes. Debemos estirarles para que nos cuenten, para apuntar en nuestra libreta los secretos de sus páginas que llenarán las nuestras con la mayor de las riquezas. El porqué de unas traducciones y no otras, de unas ventas o de unas ediciones. Debemos recorrer librerías de viejo, como las alfarrabistas portuguesas cargadas de tesoros. Preguntar por escritores que escribieron y vivieron entre ellos. Que te hablen de Torga o de Chacel. Aprender, aprender y aprender. Nunca pulular, no tiene sentido entonces salir de casa. Porque si nos surge la nostalgia del afuera, como decía Hans Cristian Andersen, si sentimos esa comezón de partir, que sea para viajar de verdad y volver con una libreta repleta de vidas pequeñas.