Hay libros que, por sabios, cabe leer entre líneas, y debajo, y tras ellas. Sus palabras, por lo general próximas y amigas, esconden secretos para aquellos que saben mirarlas. Porque también las palabras se miran, a través, detrás, en profundidad. Tan habituados estamos a ver problemas y a buscar soluciones, a resolver y a tener que estar tan informados, que ya no sabemos distinguir las apariencias del fondo, la cáscara del fruto. Apenas sabemos mirar y, como diría el viejo Heráclito, escuchando sin entender, a sordos asemejamos.
¿Pero qué ha pasado para que hayamos perdido nuestra capacidad de ver? ¿Cuándo dejamos de ser anthr-opos? ¿La hemos extraviado? ¿Nos la han robado? ¿Por descuido nuestro? El caso es que desde todos los ángulos se nos insta a cuidarnos, a cuidar de nuestro cuerpo y de nuestro ánimo, a vigilar nuestras pertenencias y derechos, pero apenas se nos dice nada acerca de cómo proteger nuestro bien más preciado, aquel por el que somos capaces de ética y política, de amparo y fraternidad. Saber mirar -nuestro bien más preciado- significa saberse sustraído de aquellas actitudes hostiles que, como los totalitarismos y reduccionismos, amenazan con reducir el mundo a totalidades y plenitudes. Saber mirar significa también vivir en paz consigo mismo, y con los otros, que no es poco.
Una sabiduría de la mirada, o un camino hacia la proximidad de lo que importa, es lo que propone Josep Maria Esquirol en su último libro, La penúltima bondad. Pero es un camino que sabiamente define de "medio palmo", porque los grandes saltos, aquellos que pretenden elevarnos hasta las alturas, no acaban sino estrellando a quien los realiza. La revolución no pasa por enarbolar grandes ideas o pretender paraísos prometidos, sino, todo lo contrario, por caminar en otra dirección, buscando el medio palmo, quizá dejándonos inundar de lo que realmente importa: "Poco es mucho; poco es todo. Según como, casi-nada puede ser casi-todo. Medio palmo, y ahora mismo podríamos habitar unas afueras sin violencia, justas y fraternales. Evitaríamos todo el daño que nos hacemos a nosotros mismos, y afrontaríamos más unidos el mal inevitable vinculado a nuestra condición finita y mortal. En el pasado, si todavía más personas lo hubieran recorrido, se habrían evitado montañas de sufrimiento y de víctimas de la violencia y de la injusticia. Pocos centímetros hubieran bastado para impedir la aparición de los peores genocidas de la historia; pocos centímetros hubieran bastado para prevenir el estallido de muchas guerras; pocos centímetros, y la miseria no habría azotado el mundo tal como lo ha hecho ni mucho menos lo azotaría ahora."