Esta semana vi a una pareja radiante haciendo compras navideñas aquí y allá, compartiendo sonrisas
y caricias mientras sus bolsas con obsequios aumentaban. Atrajeron mi atención;
por un momento me olvidé de los escritos pendientes y artículos a medias que he
venido acumulando últimamente. En cierto punto alcancé a escucharlos hablar
sobre dónde podrían conseguir muérdago y en qué lugar colgarlo. A tal
comentario le siguieron unas risitas que me indicaron los fines románticos de
esa futura adquisición. Entonces empecé a cavilar sobre el romance de hoy en
día, las prácticas tan convencionales y
comunes que suelen verse por ahí. Así que en un arranque de delirio y rebeldía
decidí que si algún día usted me va a besar, mejor hágalo bajo un libro.
Sí, béseme bajo un libro. Acompáñeme a un parque, acuéstese
conmigo en el césped y dispóngase a escucharme leyendo algún ejemplar de esos
que tienen las páginas amarillas, desgastadas. De esos que poseen olor a
gloria, los que han sido devorados infinidad de veces. Cuando mi lectura pase a
segundo plano porque nuestra historia ha tomado un aire más intenso, sujete la
portada que yo me ocupo de la contratapa. Ubiquemos el librito sobre nuestros
rostros y entonces béseme como si no un hubiese un mañana. Privemos al mundo de
nuestro placer por medio de una muralla hecha de hojas y papel. Revéleme el
misterio de su boca fascinante bajo la guardia divina de nuestro amante fiel.
Que el destino mismo sea carcomido por las ansias de avistar nuestra picardía.
No tengo problema alguno con un beso tradicional bajo la
luna o al abrigo de un atardecer. Pero busco algo único, algo diferente. Quiero que se entere
de que en este mundo carente de fantasía sólo esas criaturas de papel son dignas de guardar y contemplar la
contienda entre su boca y la mía. ¿Beso bajo la lluvia? No está mal. Pero mejor
bajo un tomo desbordante de emociones. En el peor de los casos beberemos tanta
tinta que usted se convertirá en mi personaje y yo en su escritor. ¿Beso bajo
el firmamento nocturno? Suena bien, pero me quedo con el libro como bóveda celeste.
Que la portada sea el cielo; las páginas, mil nubes; las palabras, un millón de
estrellas iluminando nuestro idilio. ¿El beso de la famosa fotografía V-J Day
In Times Square? Inmortalicemos del mismo modo la unión de nuestros labios. El libro será nuestro fotógrafo y único espectador;
hará las veces de fondo, de telón, de
techo, de refugio.
Sí, béseme bajo un libro.
Encaje sus labios en los míos bajo la Londres victoriana o la Verona renacentista.
Béseme con Narnia, Tierra Media, Tarbean, Wonderland o Fantasia como testigos. Béseme bajo la atenta mirada de
cronopios, famas y esperanzas. Béseme en medio de la Batalla De Hogwarts o en el día de ejecución de Jean-Baptiste Grenouille. Que los besos bajo un muérdago sean para
muggles o incluso el mismísimo Harry Potter y Cho Chang (Ginny Weasley hoy por
hoy, obviamente). Pero conmigo que ese
momento sublime sea bajo un templo a la literatura.
Sepa usted que en mis Diez Mandamientos el amar los libros por sobre todas las cosas
va primero. Los mandatos restantes se los obsequio, mire a ver qué hace con
ellos. Sepa usted que cada noche le seré infiel con un cuentito o un best seller de misterio. Sepa
usted que parezco niño en Disney World cuando entro a una librería. Quizás
peor. Pero por encima de todo eso, sepa usted que sus labios son mi anhelo y mi
desvelo, por ello no importa cuándo o en dónde deba rozarlos; siempre será el
paraíso. Sin embargo, como favor personal le pido: A mí no me bese bajo muérdago, a mí béseme bajo un
libro.