Revista Opinión
Ella es mi amante secreta, siempre brillante y agradecida, cuando la toco y acaricio con mis dedos y mis labios, insuflándole toda mi energía. Sé que, a veces, puede sorprenderme con nuevos y brillantes sonidos, puede levantarme el ánimo y puede llevarme hasta el quito cielo. Pero, a la vez, sé también que es huraña y desagradecida, cuando dejo de cortejarla por unos días o semanas. Y no ignoro que es capaz incluso de hundirme hasta el infierno, en cuanto le dé la espalda o pase de ella.
He aprendido a convivir con ella y su contacto se me hace imprescindible. La acaricio con mis labios hasta enloquecerla. Y soy capaz de dar con ella el do de pecho y de extraviarme con sus modulaciones. Con el tiempo, pienso envejecer a su lado hasta que el cuerpo, mis labios y mis pulmones aguanten. Por esto, la añoro cuando me alejo de ella. Siento un inmenso vacío cuando no puedo tocarla con la yema de mis dedos. Y vuelvo a comenzar de cero, tras cada separación.
Quisiera que nuestros contactos nunca se profesionalizaran, porque ni quiero vivir de ella ni convertirla en mi modo de vida, sino en una compañera lejos de todo contrato y obligación. Y cuando, un día, me encuentre sin dientes, cuando no pueda pronunciar correctamente su nombre, cuando, en mi vejez, ya no pueda depender de ella porque mi aliento sólo sirva para vivir pendiente de un hilo, o cuando no pueda pronunciar ni su nombre, quisiera seguir con ella a mi lado, aunque nada pueda hacer ya por complacerla. Con su recuerdo, me iré de este mundo… Aunque, ¿quien sabe?, a lo mejor, en el otro, si es que me animo a visitarlo, puede que me dejen volver a acariciarla. Porque ella siempre será, mientras permanezca en el recuerdo, mi inseparable compañera, mi trompeta.
Por cierto, el domimgo, 18 de diciembre, la Banda Sinfónica Damián Sánchez, de la que formo parte, ofrece a las ocho de la tarde, en el Teatro Auditorio de Alcobendas, el concierto de Navidad en el que interpretaremos, entre otras obras, el pasodoble Yakka, de Pascual-Villaplana, Danzón número 2, de Arturo Márquez, la Obertura solemne, 1812, de Tschaikowsky, y A orillas del Danubio Azul, de Juan Strauss. Así que, si quieres disfrutar un rato de la buena música...