Los trastornos de la alimentació, graves y extendidos preocupan más casi que el más universal: la falta de alimentos, el hambre. Mientras, la anorexia, la bulimia, la sobrealimentación generan problemas en los niños en el mundo occidental y preocupan a sus padres. Son problemas serios
Sin embargo, ocasionalmente se presentan preocupaciones no tanto de la alimentación sino del proceso de comer. Es el “clásico” de las consultas pediátricas: Mi niño no ME come, de madres más o menos desperadas porque sus hijos muestran un resistencia repetida a ingeriir los alimentos que se les ofrecen, convirtiendo las comidas en una batalla con improbables vencedores.
En las escaramuzas está que el niño no acabe de deglutir un bocado, que retiene obstinadamente en la boca impidiendo ingerir el siguiente. Comúnmente sucede con la carne, especialmente de vacuno y más especialmente de esos verdaderamente incomestibles filetes cocinados en la sartén, después de haberse aplastado concienzudamente con un martillo de cocina o con una piedra, que son relativamente comunes en la cocina española: se hacen “bola”.
No vamos a extendernos en la dudosa calidad de algunos modelos gastronómicos, pero si la consistencia de un bocado dificulta su masticación, el error está en el cocinero o cocinera.
Pero a veces, como nos anuncia el titular, es que al niño “se le hace bola” con el yogurt.
El proceso de masticación toma su tiempo, y todos los gastroenterólogos, los odontólogos y los nutricionistas recomiendan que se mastique despacio y repetidas veces. La salivación aporta amilasa, que va endulzar el bolo alimenticio si contiene almidones, al descomponerlos en glúcidos más simples que suelen ser dulces. El yogurt no lleva lactosa, acidificada por los bacilos, y no va a endulzarse en la boca como no lleve algun azúcar añadido. Su consistencia no hace fácil que se mantenga en la boca como no sea por una voluntad deliberada. Se hace bola por una voluntad majestuosa en una forma de rumiación, para desespero de madres y, con el tiempo, de dentistas enfrentados a las caries.
Como obviamente es una mania puramente comportamental, no merece mucha tolerancia. Pero si requerirá más habilidad y negociación que imposición, que acabará con el yogurt en el babero.
Para los niños en las edades en que se presentan este tipo de actitudes, que suelen ser postlactantes y preescolares, esos que en inglés llaman “todlers“, la hora de la comida tiene más de juego que de ejercicio alimentario. Sobre todo si el niño está bien nutrido. Si se accede la juego, si se cede ante el comportamiento indeseado, si se substituye con facilidad un alimento por otro a la conveniencia o ocurrencia del niño, ya se puede dar la batalla por perdida. La disciplina alimentaria o la educación y urbanidad a la hora de comer no se puede empezar a ejercer con el plato en la mesa, sino mucho antes. Y la actitud del progenitor al cargo debe ser consistente y coherente, antes de que el niño “les haya tomado el número” y ejerza de tiranuelo caprichoso.
X. Allué (Editor)