- Mijita, me cayó la gota fría. Le tenía preparado para Trinitario este costal de billetes, y ahora tendré que llevarlos al banco de Venezuela. Qué tristeza. Esto está insoportable, cariño. Qué gran tragedia estamos viviendo con este Maburro que hace lo imposible por no dejarnos en paz ni un segundo. Mañana a lo mejor decide que hagamos los carnavales en enero, y habrá que calárselo. Dígame usted, yo yendo de comercio en comercio para recoger este costalito con sólo billetes de cien, que es un trabajo que realmente no le hace mal nadie, porque Trinitario coge esos billetes y los lleva a Bogotá donde los cambia sin problemas. A él no le interesa traérselos para acá, ni cruzar la frontera con ellos. Dígame qué manía tan grande esa de hacerle mal al Norte de Santander, y le aseguro, que si nosotros los colombianos nos vamos de este país, es Venezuela la que pierde. Lo he estado pensando mucho, si no fuera por las propiedades que tengo que ahora no se podrán vender en pesos ni en dólares. Pero de que es fría la gota, lo es, vecina…
Revista América Latina
Se llama Fulgencia, y tiene la radio o la televisión de su país todo el día encendidas, y una la escucha perorar con ácidos argumentos todos los días sobre la situación nacional. Fulgencia ama los vallenatos, claro, y a veces echa unos pasitos en el pasillo. Fulgencia se ha convertido en empresaria, vende pastelitos y empanadas en el estadio Metropolitano, y coleccionaba billetes de cien para mandárselos a su compadre Trinitario Soto, en Cúcuta. Trinitario tiene una Agencia de Cambio en la calle Foción Uribe, en el centro de la ciudad. Trinitario vivía en Pamplona reparando zapatos viejos, pero aquello no le daba ni para el traguito de fin de semana. Hasta que oyó aquella revolución chavista que llegaba a la frontera, a la cual millones de colombianos se afiliaban para conseguir casas, becas, pensiones, ayudas sociales, tabletas, celulares, dólares regalados, viajes financiados para ir al extranjero, atención médica gratis, medicinas gratis, carros casi regalados, y entonces Trinitario Soto cruzó el río y se hizo con todo eso que daba el chavismo y mucho más, y llegó bien misionado a su propio país (es decir, hasta con un grado universitario otorgado por la Misión Sucre). Pero aquello no era suficiente para él, y vio que la salida del siglo era negociar con la moneda venezolana para en algo “contribuir a destrozar ese gobierno de mierda socialista”. Por extraños mecanismo de odio, Trinitario se hizo bien uribista, y con ayuda de paramilitares montó su chiringuito para recibir billetes venezolanos de cien bolívares. Y se asoció con doña Fulgencia entre otras muchas colombianas radicadas en Venezuela, que también se había beneficiado con todos los proyectos sociales del presidente Chávez. Antenoche me conseguí en el pasillo a doña Fulgencia muy cariacontecida y me dijo:
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