Decididamente no.
Definitivamente no.
Categórica, rotundamente no.
Los deberes, las tareas -los trabajos, como gusta decir un compañero, eufemístico él- no importan ni interesan a mis alumnos adolescentes.
Efectivamente.
Sí.
Absolutamente sí.
Tajantemente, sí.
Estoy en lo cierto. Y tengo pruebas, aquí, a mi lado, insoslayables.
No y sí porque no leen los enunciados de las preguntas. No pasan sus ojos ni someramente por la tarea que se les pide.
Pero eso sí: escriben, escriben, escriben.
¿El qué?
Ah, amigo, lector, compañero, visitante del otro lado de la pantalla.
Escriben sin leer ni entender -ni deseo alguno por ello- los enunciados.
Y luego lo entregan en blanco. Puro, inmaculado, límpido todo en la hoja que llevan en la mano, con la sonrisa del que ha satisfecho lo encomendado.
Y aún no me pregunto, tantos años después, si se piensan que yo hago lo mismo con lo que me entregan...
