Cada veinticinco de enero y desde hace ya cincuenta y siete años, vengo cumpliendo con el rito de celebrar el aniversario de mi nacimiento; para mí, lo más importante que ha ocurrido en el siglo XX. Algunas de estas celebraciones las recuerdo nítidamente, en cambio otras, están totalmente olvidadas. El hecho de recordar mas o menos no siempre está relacionado con la cercanía o lejanía en el tiempo, aunque es un factor importante, qué duda cabe.
Una cosa que supe muy pronto, a los seis o siete años, fue que la iglesia católica celebraba el mismo día la conversión del Apóstol San Pablo. Nunca una caída individual, tuvo tantas consecuencias para la humanidad, ni siquiera la caída por la ventana (en realidad lo cayeron) de aquel Archiduque en Sarajevo que fue la disculpa para la Primera Guerra Mundial. Lo curioso, lo sorprendente, lo quizás inexplicable es, que dándose en el mismo día, del mismo mes, tan prodigiosa coincidencia: por un lado, la decisiva Conversión de Saulo de Tarso en el Apóstol Pablo y por otro, el nacimiento de un aspirante a Papa (al final quedó en Papabobo, pero eso aún no se sabía) como era yo, a pesar digo de esa coincidencia, la iglesia Católica no consideró que ambos hechos, cada uno por su lado, pero sobre todo, los dos juntos, eran motivo mas que suficiente, no sólo para declarar el día veinticinco de enero como Fiesta de Guardar, sino para que incluso se ofrecieran indulgencias plenarias para todo aquél que escuchara devotamente una misa cantada en ese día. No negaré que este hecho es uno de los motivos de que mi relación actual con Roma no atraviese su mejor momento (que es una eufemística forma de decir que no existe tal relación), a pesar de que sé de buena tinta que el actual Sumo Pontífice: Francisco, ha dado instrucciones para intentar un acercamiento. A pesar de las muestras de buen hacer que viene dando, mucha carne tendrá que poner en el asador para hacerme olvidar casi dos mil años de injusticias con Pablo y cincuenta y un años, no menos importantes, de injusticias conmigo. Claro que tratándose de un argentino, igual no ha de poner tanta carne, sólo buena y bien hecha, aderezada con una buena salsa chimichurri.
Otra cosa que aprendí pronto: mi signo del zodiaco. Pásmense, soy Acuario. Muchos pensarán, vaya tontería, yo no creo en esas cosas. Vale, individualmente nadie cree en esas cosas, salvo honrosas excepciones. Yo tampoco, que conste. Pero qué importa que yo no crea, los demás si creen. Me refiero a los demás colectivamente, no uno por uno. No hay periódico, radio, televisión, etc., que no tenga su sección de Horóscopo; y si ellos publican es porque nosotros leemos; y si lo leemos se nos queda en el coco, lo creamos o no. Ahí se queda, como los mensajes subliminales, que no nos enteramos, pero bebemos Coca Cola. Así que en cuanto digo que soy Acuario, mi interlocutor sin darse cuenta, enseguida piensa en mí de aquesta bella manera:
Los acuarios tienen una personalidad fuerte y atractiva. Hay dos tipos de acuarios: uno es tímido, sensible, y paciente. El otro tipo de acuario es exuberante, vivo y puede llegar a esconder las profundidades de su personalidad debajo de un aire frívolo. Ambos tipos de acuario tienen una fuerza de convicción y de la verdad muy fuerte y son tan honestos que saben cambiar sus opiniones si aparecen pruebas que muestran lo contrario de lo que pensaban antes. Los acuarios son capaces de ver los dos lados de un argumento por lo que son uno de los signos más tolerantes y sin prejuicios de todo el zodiaco. Están abiertos a la verdad y dispuestos a aprender de todos.
Un acuario es humano, sincero, refinado e idealista. Saben ser perseverantes y expresarse con razón, moderación y, a veces, humor. Casi todos los acuarios son inteligentes, claros y lógicos. Muchos son imaginativos y psíquicos. A veces sienten la necesidad de retirarse del mundo para meditar o pensar. Se niegan a seguir la multitud.
¿Qué me dicen ahora? ¿Vale o no vale la pena ser Acuario?
Otro día les seguiré contando cosas relacionadas con mi nacimiento, a lo mejor a los cincuenta y ocho o quizás antes. No lo sé. Eso sí, en el momento en que se produzca un cambio significativo en mis relaciones con la cúpula católica, se lo haré saber.
¡Palabra de acuario!
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Me apetecía hacer una entrada sobre mi cumpleaños, pero la puñetera gastroenteritis me tiene hecho una ruina. Ni leo, ni escribo, ni como, ni bebo y de folgar no hablo que me echo a llorar. Así que como uno tiene unos años ya de blog, siempre se puede encontrar algo escrito antaño que sirva, con pequeños retoques, para hogaño. Este el es caso de esta entrada, que fue escrita cuando cumplí cincuenta y un años y que hoy, seis años después y remozada, vuelvo a publicar.
Sepan vuesas mercedes disculpar la felonía.