Revista Arquitectura
Por: Javier Sancho Disonantes, contrastes a contraluz de miradas pasadas perdidas, palabras heladas en hormigón, gritos de una época de ruido infernal, de odio empedernido, de incomprensión superlativa... y no hace tanto de ello y que, siendo o no conscientes de lo mismo, sigue ocurriendo.
La guerra determinó su existencia, mojones del culto a la defensa: ¿de quién? De uno mismo, del vecino, del amigo, del propio ser humano... cúmulos de grietas y partículas de colores, graffiti producto de esta época, en sintonía con el musgo que en sus paredes acomete.
Y los niños juegan, algunos, a ser mayores, a hacer guerras: ¡que fría paradoja! El sol cae en la pradera e ilumina por igual a los coquetos austríacos con sus picnics de domingo, colección de sonrisas y agradables momentos y a un invitado vetusto, gris y ahora florecido, recuerdo de lo que no debería haber existido, arrepentimiento posterior y consternación de una época; y los ancianos, "no volváis a hacerlo...".
Seis son los que se levantan, como en tantas otras ciudades europeas, contenedores de radares y víveres, pero aquí se mantienen: a pares y en disposición estratégica triangular en el mapa de la capital austríaca.
Su alucinante presencia ensombrece el carácter del Augarten, tranquilo y agradable parque del Bezirk 2 de Viena: pasen y vean, mientras disfrutan de su lectura, del sonido de las hojas, muertas, en otoño, de la compañía de un intenso frío en el invierno, que te constriñe los huesos a la vez que el alma sufre la misma sensación por la espeluznante visión de ambos objetos de añeja época.
Haus des Meeres es otra cosa: en el sexto _porque el más grande quedó embutido en el séptimo, del cual se observa el tope tras franquear los soportales del palacio Hofburg en su camino de Michaelerplatz a Museums Quartier_ lo que ha perpetrado las entrañas del mencionado, es el agua y en ella y su cercanía, conviven tiburones (éstos de verdad, no como aquellos del pasado) y pececillos de colores con las curiosas miradas de los expectantes niños y la de sus mayores acompañantes, tal vez conscientes del matiz agrio del momento. Y en el exterior, los chavales juegan, los muros cortina cubren en parte las vergüenzas de otros tiempos y los árboles se dejan crecer, tamizan y muestran sus condolencias... y en la cubierta, desde donde se domina Viena, ya no hay ametralladoras, sólo los ávidos ojos de los observadores, viajando entre cubiertas rojas y negras y grises...
Y el par último, no muy lejos de la colorida Hundertwasserhaus o la enigmática Wittgensteinhaus, yace por igual en un parque en el tercer distrito. Una es visitable, presentada sin tapujos, como una pirámide del siglo XX en la que, por contra, la muerte estaba fuera y dentro, en la cárcel de espesor de a más de dos metros el muro, la semilla de una posible vida futura... Cuanta barbarie, que bien contenida, estupenda oda sobria a la estupidez humana, si es que acaso merece este calificativo último.
Mientras, en el Prater, cerca de todos ellos, alegre rueda la noria que da nombre al mismo recinto, otro inmenso paquidermo que lo ha visto, pero que tal vez haya redimido y sosegado el pensamiento de algún ente factor de tanto daño... Hagamos norias, leamos en el prado verde, juguemos con nuestros hijos, si los tenemos, y dejemos que el tiempo nos perdone _o les, o a quien tenga que hacerlo_ y acabe por derruir un pasado tan duro del que tal vez, estos tristes esqueletos, sean testigos.
En su visita a Viena, no olviden enfrentarse a alguno de ellos... en silencio les contarán muchas desavenencias del otrora, su imagen será una lección soberbia que les acompañará de por vida.
Hasta luego, Javi