Revista Opinión
Hace 81 años, se celebraron en España elecciones municipales. Al día siguiente, 14 de abril de 1931, tras el recuento de votos, Francesc Macià proclamó la Republica Catalana, en el marco de una confederación ibérica. Pêro la Repúbica sólo duró cinco años. El levantamiento militar-fascista, con la participación de la Iglesia católica romana, provocó el disparo de las armas contra las urnas. Y, cuarenta años más tarde, por designio del dictador Franco, se produjo una nueva restauración borbónica que hoy aún sufrimos.
Cada año, al coincidir con estas fechas, se recuerda la ilusión y la esperanza que la República generó y las víctimas de aquella apuesta a favor de las libertades. “Nosotros, los que veíamos las banderas republicanas en blanco y negro de las ilustraciones de los falseados libros de historia –escribe Mocho Alpuente en “Crónica Popular”– vemos en estas últimas páginas de su crónica cómo le salen los colores en la calle a la tricolor, la bandera escamoteada, clandestina, blasfema, y por ello querida por los que no solemos emocionarnos con los trozos de tela, ni con los himnos patrióticos. Esta es la bandera que nos robaron un día, el símbolo destronado de la República, bandera que Germán Gallego nos devuelve como testimonio y recordatorio de un país que no puedo ser y que es el nuestro”.
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