Revista Opinión

A propósito de Mario Vargas Llosa, escritor en El País, sobre la religión católica, la cultura y la JMJ

Publicado el 05 septiembre 2011 por Noblejas

Vargasllosa
Estoy encantado de haber leído hace unos días a Vargas Llosa en El País, en un artículo titulado "La fiesta y la cruzada". Al menos estoy encantado hasta cierto punto y por razones que comento a continuación, por si alguien se interesa por ellas.

He de decir que Llosa me parece un buen pensador sobre el oficio de escritor, y también un brillante escribidor de asuntos más bien morbosos e indecentes. Quizá por eso tiene ese perfil que siempre me recuerda algunos personajes encarnados por el daltónico Victor Mature.

El artículo "La fiesta y la cruzada" lleva este subtítulo:

Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos del éxito de la visita del Papa a Madrid. Mientras no tome el poder político la religión no solo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática

En términos generales no está mal. Hasta el diario vaticano L'Osservatore Romano ha publicado una traducción en italiano, pero sustituyendo el título inicial por "Dio a Madrid". Mientras que el subtítulo se limita a traducir la primea frase:

Tutti, credenti e non credenti, dobbiamo rallegrarci di quanto è accaduto nella capitale spagnola

Como parece lógico, en L'Osservatore no aparece la traducción de la segunda frase del subtítulo que aparecía en El País.

El caso es que -dentro del contento genérico del artículo de Vargas Llosa en El País- no sé bien qué pinta "la cruzada" en el título del artículo. Tampoco entiendo bien el subtítulo en el que se dice que la religión está bien o al menos -para ser justo con el diario de Prisa-Cebrián-Liberty 20%- resulta que "es lícita e indispensable" en una sociedad democrática, mientras "no tome el poder político". No sé qué puede significar, si no es para expertos en el léxico más o menos críptico de El País, "tomar el poder político". Porque eso es algo que el mismo periódico hace a diario.

En principio, da la impresión de que El País ha debido hacer al menos un reniego, una mueca de disgusto y un gesto de laicismo barato (título y subtítulo) para publicar el artículo del premio Nobel Vargas Llosa.

Vargas Llosa es un señor que -como escritor que es- tiene menos prejuicios e interes ideológicos que un diario que hoy sigue con fuertes deudas y que no puede apearse de sus intereses anticristianos de toda la vida.

A Vargas Llosa no le gusta -entre otras cosas- la defensa de la vida que hace la Iglesia, y no estoy tan seguro de que sea capaz de ver la diferencia entre el bien y el mal como dijo con tonos bíblicos El Comercio peruano, el día del Nobel.

Vargas Llosa considera el aborto como un derecho de la mujer, duda que el embrión sea un ser humano, y considera "un auténtico héroe de nuestro tiempo" al Dr. Kervorkian (Dr. Muerte), paladín de la eutanasia.

Bien parece que la desafección por los contenidos morales de la religión católica por parte de Vargas Llosa está entrelazada con su afección literaria.

De ahí que -de algún modo- haya podido razonar un par de cosas de notable interés. En especial, teniendo en cuenta el contexto personal ("yo no soy creyente, tampoco un ateo, sino un agnóstico" para el que las creencias religiosas forman parte del ámbito privado de cada uno) y desde luego por el contexto público (el diario y la ciudadanía a la que dirige su escrito) en que lo hace.

Este par de breves cosas razonadas son éstas. Una breve:

... desde mi punto de vista esta paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella -decenas de millones de personas- ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.

Otra un poco más larga:

(...) Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, esta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales.

La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público. La mayoría de seres humanos solo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos, la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que da sentido y sosiego a su existencia, a través de una trascendencia que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido justificar racionalmente. (...)

Fe y razón, justo lo que Benedicto XVI pide que el hombre no separe, porque viene de Dios unido. Esto, al menos, lo ha visto el escritor Vargas Llosa. Al periódico en que publica ni se le pasa por sus exhaustas entendederas económicas e ideológicas.


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