La viñeta familiar y tremenda del New Yorker de esta semana trae recuerdos de los simulacros sociales de Bettetini, Debord y Baudrillard, por ejemplo.
Y también de aquella historia de Lewis Carrol sobre la exactitud de la escala de los mapas que José Luis Borges retomó bajo la falsa fuente de un presunto Suárez Miranda (Viajes de varones prudentes, Libro Cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658), y la tituló "Del rigor en la ciencia" (publicada primero con el seudónimo compartido con Bioy Casares, B. Lynch Davisen, en 1946):
En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él...
La pareja de la viñeta están en eso, pero de modo más desmesurado aún de lo que Bettetini, Debord, Baudrillard, Carroll o Borges pudieran soñar.
Porque no sólo está en juego el simulacro del mapa que antecede a la realidad de un territorio, sino que se trata de adultos (si fueran niños, sería otra cosa) que juegan a ser una familia, con un animal comprado como juguete vivo, en vez de hijos concebidos y nacidos como personas.
El suspiro del lector llega con la propuesta de salir del simulacro, de aposentarse en la realidad y dejar de jugar a las casitas.
Tremendo asunto éste del poder comunicativo de las viñetas. Inocente, como de quien no quiere la cosa.