La circuncisión ha reducido notablemente el riesgo de que los hombres africanos contraigan el VIH
Duncan Ng’ang’a, un hombre keniano del poblado de Lari, al norte de Nairobi, se arrepiente quizás de haber amenazado a su esposa con una golpiza. Días atrás la mujer, en venganza por el gesto violento, reveló a los vecinos que su consorte no se había circuncidado.
Ese detalle pasaría desapercibido para un forastero, pero no para los habitantes de ese país africano y aún menos para su población femenina.
El ritual de la circuncisión se ha conservado en Kenia y otras naciones vecinas como un rito de pasaje de la infancia a la adultez. En los últimos años, además, las keniatas han comenzado a exigir esa operación a sus pretendientes como un requisito indispensable para tener relaciones íntimas.
Y cuando algunos se obstinan, a razón o a fuerza terminan desnudos frente al temido bisturí u otro fierro cortante.
No hay sexo sin circuncisión
La historia de Ng’ang’a solo asombra a los lectores occidentales, siempre ávidos de relatos extraños del África. Sin embargo, para los kenianos es un episodio rutinario durante la temporada invernal de las circuncisiones. A inicios de este mes la radio local West FM reportó la captura de una docena de hombres que se habían negado a someterse al procedimiento. Detrás de la forzosa pérdida del prepucio, un grupo de esposas insatisfechas.
Según la prensa keniata, las mujeres de ese país creen que los hombres no circuncidados ofrecen un peor desempeño sexual. Ellas rechazan también la suciedad relacionada con la preservación de ese anillo de piel que cubre el glande.
Y no se trata de reportes sensacionalistas para despertar la curiosidad de otros “civilizados” ciudadanos del mundo. Una encuesta realizada en 2009 a casi medio millar de adultas en la vecina Uganda reveló que cuatro de cada 10 mujeres sintieron una mejora en la satisfacción sexual luego de que sus compañeros fueron circuncidados.
Una investigación publicada por la revista médica online PLOS ONE en mayo pasado confirmó que las keniatas consideran a sus parejas más limpias, sanas y sexualmente eficaces si se han sometido a la circuncisión. La ausencia de prepucio es para ellas tan importante como el uso del condón o las características personales del hombre a la hora de comenzar una vida sexual activa.
¿Caprichosas estas mujeres africanas? No. Serias razones de salud las han convencido de la necesidad de exigir esta operación a quienes compartirán su lecho.
Un poderoso escudo contra el VIH
Después de años de escepticismo, en 2007 la Organización Mundial de la Salud anunció los resultados de un estudio según el cual la circuncisión podía reducir en alrededor de 60 por ciento el riesgo de infección por VIH en hombres heterosexuales. La evidencia de ensayos clínicos en Kenia, Uganda y Sudáfrica añadió una razón científica a una práctica hasta entonces ejecutada por motivos culturales y religiosos.
Desde entonces las mujeres de esos países se han tomado muy en serio la importancia de la circuncisión médica –más segura que la ritual, muchas veces realizada en pésimas condiciones higiénicas. Y los hombres también han experimentado en salud propia los beneficios de la pequeña cirugía.
De acuerdo con investigaciones citadas en PLOS ONE, la circuncisión reduce en 35 por ciento el riesgo de contraer el virus del papiloma humano (VPH) y en 25 por ciento el herpes simple tipo 2. Las parejas de hombres circuncidados tienen menos peligro de padecer cáncer de cuello de útero, al estar expuestas en menor medida a las cepas cancerígenas del VPH.
El Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida (ONUSIDA) ha desplegado campañas en varios países africanos para extender la circuncisión. En 2013 esa organización multilateral reportó un declive de 33 por ciento en los nuevos contagios por VIH, un descenso iniciado en 2001, pero en cierta medida atribuible al aumento de los hombres circuncidados.
Para las mujeres africanas ha sido una victoria. Además de proteger su salud, han tomado el control del fálico símbolo del poder masculino. Como los guerreros musulmanes de antaño, pueden exhibir jubilosas los prepucios de sus compañeros, “vencidos” en un combate donde la ciencia y las tradiciones ancestrales han hecho causa común.