Por Elena Milián Salaberri/Las Razones de Cuba
Cubana como soy, ya en la propia pregunta del título dejo claro que este país tiene sabor; no lo he inventado yo; simplemente me sumo a etnólogos, filósofos, músicos, poetas y hasta al pregonero del barrio, por solo citar la diversidad de voces capaces de recordarnos la huella de una nación ligada al gusto.
No existe un cubano sin hiperbolizar: este país es el más bello del mundo-¡lo dijo el almirante Colón!-, las mujeres…ni se diga, los hombres son los mejores amantes del universo, hacemos la música más rica, y la lista pudiera tornarse infinita.
Sin embargo, como dijo el imprescindible Don Fernando Ortíz “Dicho en términos corrientes, la cubanidad o cubanía es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes”; y a esas actitudes apunta el sabor nacional.
Aquí en esta tierra es imposible la indiferencia. Retorno al caso del niño Edikson González Paneque, siempre oportuno cuando de estremecimientos del espíritu hablamos.
Él ha vivido la mayor parte de sus cinco años en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) del Hospital Comandante Pinares, en San Cristóbal, por depender de un respirador artificial, y a su encuentro –además del personal de la Salud para quienes es un hijo más- acuden, entre tantos, su grupo musical preferido, Los Cuenteros y, más recientemente, incluso la red de bibliotecas de la capital artemiseña y de San Cristóbal, con títulos de la literatura infantil, empeñados en llenar su mundo entre paredes, de bosques, ciudades, playas o campos de juego.
Y ya no se piensa únicamente en Edikson- en la UCIP hace 974 días- sino en Arielito y Fabián, también con larga estadía en la propia sala. Las acciones de solidaridad han rebasado, incluso el recinto, y resulta cada vez más frecuente la extensión de las visitas y presentaciones al resto de los niños hospitalizados, en una asombrosa avalancha de confraternidad, también en el dolor.
Y escribo dolor porque el cubano apoya en lo cotidiano. El café, mejor o no tan bueno, se comparte; el beso al saludar; la medicina en falta en la farmacia llega de la mano más insospechada; el pan compartido; el aventón o “botella” de ayuda en el transporte, por mencionar nada más algo del universo de corazones con que amanece día a día esta Isla.
¡Ah!, en el transporte, me detengo en esa especie de complicidad entre los conductores de vehículos que, con el parpadeo de las luces, no solo avisan de la proximidad de las patrullas de carretera-cuestionable pero válida actitud-, pues alertan del estado de las vías o de la presencia de animales. A mí me conmueve.
Cierta vez, un sacerdote colombiano con medio mundo andado me dijo: “después de ver cómo son las madres en este país llegué a la conclusión de que la mía no me quiere”. Lo expresó con ganas de ser hijo de una cubana.
Todo ello derrumba cualquier exceso, cualquier cosa de índole negativo. El chismecito, el casi desconocimiento de la privacidad, el ruido, la carcajada estrepitosa…perecen a manos de cada “el mío(a), yo te ayudo”.
Entonces, cada argumento me fortalece mi hipótesis: la cubanía va más allá de la cualidad de nacer en esta tierra, es algo inmaterial e inefable, pero con gusto; y es que, indefectiblemente, el cubano es dueño del paladar del amor, en el más amplio sentido de su concepto. ¿Seremos los mejores? No sé, pero yo estoy orgullosa de mi gente.
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