Revista Infancia

¿A qué sabe la vida?

Por Babytribu @babytribu

¡Hola amiguis de la pequeña tribu! Hoy abordamos un tema que muchas veces nos inquieta o nos preocupa: ¿Por qué a nuestros peques no les gustan todos los alimentos? Es una cuestión de sabor y de algo más… ¿Qué influencia tiene nuestra herencia genética en este aspecto? Este artículo te lo descubrirá  y te ayudará a entenderlo. ¡Esperamos que os guste y os aporte!

¿A qué sabe la vida?

 ¿A qué sabe la vida?

La vida es dulce, otras amarga, en ocasiones ácida y puede que, hasta un poco salada, todos los sabores se combinan en la vida del ser humano y unos nos agradan y otros no.

Nuestro sentido del gusto, a través de los receptores gustativos (papilas gustativas) que se sitúan en la lengua, nos permite distinguir y diferenciar todos estos sabores y gustativamente hablando, somos inteligentes. Cuando tomamos alimentos, nuestro cerebro está en funcionamiento realizando un registro sensorial de lo que percibimos. ¡Cuanta más riqueza en sabores, más inteligentes!

¿A qué sabe la vida?

En el vientre materno, el ser humano ya tiene su primer contacto con el sabor. El líquido amniótico que envuelve al feto será lo primero que explore. Se ha comprobado, científicamente, que a partir del segundo mes de gestación y cuando la boca está completamente formada, el feto succiona y traga líquido amniótico: si percibe un sabor dulce, acelera los movimientos de deglución, mientras que, si el sabor es amargo, deja de tragar inmediatamente.

La siguiente experiencia gustativa que experimenta(mos) será como recién nacido, cuando se alimente con leche materna (o leche de fórmula que los laboratorios pretenden asemejar a ésta). La leche materna, además, de ser un alimento vital muy rico en vitaminas, proteínas, grasas (50%) y minerales, también lo es en sabores. Podemos percibir que está presente el dulce de la lactosa, la untuosidad de la grasa y la ligera acidez del ácido láctico. También se sabe, que la leche va cambiando de un sabor dulce hacia levemente salado, desde el calostro hasta la leche madura y que, en función, de los alimentos que tome la madre, sabrá de una forma u otra. Por lo tanto, nos ofrece un registro sensorial bastante interesante que posteriormente, nos servirá para asociar y reconocer los alimentos e identificar los sabores.

¿A qué sabe la vida?

Biológicamente, nuestro sistema digestivo no está preparado para tolerar otros alimentos hasta pasados los seis meses de vida. A partir de este momento, nos inician en el descubrimiento de las frutas y nuestras referencias sensoriales comienzan a enriquecerse con ésta variedad, siendo más conscientes de lo que percibimos y sentimos. Descubriremos que un plátano es dulce, asociaremos la acidez cuando nos ofrecen un limón por primera vez y descubriremos que una naranja o una manzana es dulce con toques ácidos. En cualquier caso, esos sabores ya les conocemos (están en nuestro registro sensorial), nos suelen agradar y ya estamos adaptados a ellos.

A la vez que vamos registrando las frutas en nuestra memoria sensorial, también nos ofrecerán algunas verduras. No nos agradan todas porque algunas están ligeramente amargas. En general y gustativamente, aceptamos la patata, la zanahoria o el calabacín, pero no la acelga o la judía verde.

Durante el primer y segundo año de vida estaremos en contacto  con muchos alimentos que nos darán a probar y que se irán incorporando a nuestra dieta diaria. Exploraremos los sabores de carnes, pescados, legumbres, huevo, pasta, arroz…  Y a medida que crecemos hasta la edad adulta, continuaremos queriendo probar nuevos alimentos que despertarán nuestra atención y curiosidad y nos preguntaremos: ¿A qué sabe?.

En algún momento, incorporaremos a nuestro registro sensorial el picante, que es una sensación que despierta nuestra curiosidad y que toleraremos de forma distinta según cada persona o el salado, al que ya hemos estado expuestos y que nos puede molestar en exceso pero tampoco lo echamos de menos hasta la edad adulta. En lo que respecta  al  amargo, nos costará aceptarlo como agradable, ya que es un sabor de adaptación o de habituamiento para el cual debemos educar/acostumbrar nuestra lengua poco a poco.

¿A qué sabe la vida?

Ahora bien, ¿por qué preferimos los alimentos con sabor dulce a los de sabor amargo? La respuesta tiene un razonamiento más en relación con nuestra herencia biológica y supervivencia, que con el desarrollo de la capacidad gustativa.

Como seres humanos, y gracias a nuestra inteligencia, hemos evolucionado genéticamente desarrollando herramientas gustativas que provocan nuestra repulsión o rechazo hacia el sabor amargo, naturalmente presente en la mayoría de sustancias nocivas para nuestro organismo (plantas silvestres venenosas, alimentos en mal estado,…). En cambio, no hacia el sabor dulce, que provoca nuestro agrado y reacción positiva.  Si recordamos, está presente de manera natural en el primer alimento ligado a la supervivencia de la especie humana: la leche materna.

En definitiva, que nuestro organismo y nuestro sentido del gusto se ha ido perfeccionando durante millones de años para aceptar unos sabores y no otros, gracias a las referencias e impresiones sensoriales de nuestros antepasados.

Ya sabemos, entonces, que nuestros niños y niñas son selectivos con los alimentos por naturaleza, que es normal su rechazo y que algunos necesitan de un gusto adquirido desde la infancia y por un tiempo indeterminado (como por ejemplo, las lentejas) para que puedan ser aceptados como agradables o placenteros. Lo más importante, es que desde temprana edad se les ofrezca multitud de alimentos en diferentes formas de cocinado y de presentación, que nos vean comer “de todo” y permitirles investigar, explorar y experimentar con los sabores.

¿A qué sabe la vida?

¡Una sorpresa…! ¡Es una fresa!

¿Un coque…? ¡Un albaricoque!

Paloma Nuria Gonzalo García con la colaboración del barman Guillermo Flores Atienza (Palencia).

La entrada ¿A qué sabe la vida? se publicó primero en Babytribu.com.


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