Por Sergio Armendáriz Ch
Echarse confeti con una mano y aplaudirse con otra no es lo más conveniente cuando a los consultores nos preguntan por las características que debe tener el profesional que les apoye en la elaboración del protocolo familiar.
No podía ser más oportuno Carlos Arbesú para hablar sobre el tema, ya que a veces la sabiduría y el sentido común describen con mayor exactitud estas situaciones. Refiere Carlos a una conversación con Miguel Ángel Gallo quien contaba como un empresario se había dirigido a él pidiéndole consejo para pacificar una difícil situación familiar: profesor… ¿quién entiende para que nos entendamos?
Hacer que las personas se “entiendan” esto es, facilitar la comunicación y lograr “unidad” es quizá la primera virtud básica o característica profunda de la personalidad, que exigiría a un profesional que se plantee trabajar con empresas familiares. Pero esta virtud no basta.
Las empresas familiares son ante todo, empresas de negocios, que operan en unos contextos profesionalizados y de mercado que no pueden obviar. Por ello, la unidad de la familia, no es únicamente unidad de los familiares entre sí -objetivo que bien podría cumplir un buen psicólogo- sino también y muy especialmente unidad de los miembros de la familia con la empresa.
Saber “unir” a los miembros de la familia con la “empresa” en su contexto profesional y de mercado específico, dice Arbesú, es una tarea que requiere conocimientos de gestión y de mercados, que van más allá de lo emocional. Los motivos y razones por las que no hay acuerdos familiares son en la mayoría de los casos “quistes emocionales” derivados de una diferente y a menudo defectuosa comprensión de las exigencias que el negocio impone a la familia: ¿Cómo hemos de trabajar en la empresa familiar? ¿Qué objetivos hemos de marcarnos? ¿Quiénes han de tomar las decisiones? ¿Cómo distribuimos las cargas y los beneficios con justicia entre los miembros de la familia?
Comenta Carlos que decía el padre de un buen amigo suyo cuando les propuso abrir el proceso de sucesión: “hijos míos, si queréis sacar esto adelante, trabajad mucho y quereos…”, o en traducción libre, primero hay que atender la empresa y el negocio y después la unidad en torno a ella. Tener a la familia unida, pero obstaculizando la buena marcha de la empresa en su contexto de mercado es un error y una trampa común de la empresa familiar. La unidad de la familia no es un bien, si no es unidad con la empresa en su contexto de mercado. Entiéndase por esto último los planes de crecimiento, de reinversión, de internacionalización, de diversificación, etc.
Luego dice que el hijo de este empresario, que con el paso de los años y el protocolo familiar firmado ya puesto en práctica, explicaba las virtudes que debía tener a su juicio un buen consultor de empresas familiares en la elaboración de los protocolos familiares: “desde luego ha de ser un profesional con prestigio acreditado de años trabajando con empresas familiares, pero de entre ellos elegid al que os quiera…”.
En resumen, en su opinión, las notas que debe reunir un consultor para considerarse adecuado para trabajar en protocolos familiares han: 1- Que sea equilibrado emocionalmente y empático, ha de saber querer y hacerse querer por la familia y sus miembros. 2- Que tenga formación en “alta dirección” y sepa interpretar las necesidades de gestión y gobierno de la empresa. 3- Que sepa comportarse con independencia de criterio, y “decir no” o corregir errores o actitudes erróneas cuando sea necesario. 4- Que tenga “saber hacer”, esto es, metodología contrastada de años en empresa familiar.
Por Sergio Armendáriz Ch. – Fuente: oem.com.mx
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