En un artículo anterior hablábamos de algunas muertes absurdas de personajes de la Edad Antigua. Continuamos ahora relatando cómo murieron algunos personajes de la Edad Media, siempre con el denominador común de que el tránsito a mejor vida se produjera de forma extraña, chocante o incluso cómica. Y es que, como dijimos en la anterior entrega, no todos mueren de la misma forma, y a menudo la forma de morir no hace justicia a los méritos que en vida tenía el difunto. Pero las cosas son así, y muchas veces se recuerda a alguien más por su extraña muerte que por las acciones en vida.
Sancho II de Castilla, el rey que murió cagando
Además de la muerte, hay otra gran igualadora: las necesidades corporales. Como dice la vieja canción, " en esta vida señores/ sin cagar nadie se escapa/ caga el rico, caga el pobre/ caga el rey y caga el Papa ". Lo difícil es que estas dos grandes igualadoras se presenten al mismo tiempo. Difícil pero no imposible, ya que, según la leyenda, al menos existe un caso en que parece que así ocurrió: la muerte de Sancho II de Castilla.
Todo comenzó con la muerte del rey de León Fernando I en la Nochebuena del año 1065. Según su testamento, el reino sería partido entre sus cinco hijos: al mayor Sancho le correspondió el Condado de Castilla (ascendido desde entonces a reino), al segundo (y favorito) Alfonso le dejó el reino de León, a su otro hijo varón García le legó el reino de Galicia (que entonces comprendía también el norte de Portugal), y a sus dos hijas Elvira y Urraca las ciudades de Toro y Zamora (para una descripción más detallada, véase mi artículo "Consuegra, la batalla donde murió el hijo de El Cid"). Claro está que este testamento no le gustó nada a Sancho, que pensaba que le correspondía todo el reino por derecho de primogenitura. Pero dejó estar todo el asunto mientras su madre, la reina Sancha, viviera.
En 1067 Sancha pasó a mejor vida, y su hijo mayor se lanzó a reconquistar lo que consideraba suyo. Primero se alió con su hermano Alfonso para derrotar al tercer hermano, García. Tras la victoria (el pobre García tuvo que exiliarse al reino musulmán de Sevilla), volvió sus armas contra Alfonso, al que también derrotó y exilió al reino de Toledo. Su hermana Elvira rindió de buen grado la ciudad de Toro, bien porque estaba de acuerdo con Sancho, bien porque veía cómo se las gastaba su querido hermano mayor. Ya sólo quedaba Zamora para restituir el reino a su antigua extensión. Pero su hermana Urraca iba a ser un hueso duro de roer.
El 1 de marzo de 1072, Sancho comienza el asedio a Zamora. Tras siete meses y seis día de duro cerco (lo que dio lugar a la frase " Zamora no se ganó en una hora "), Sancho estaba desesperado por encontrar una forma de conquistar la ciudad. En tiempos convulsos, no es buena política mantener al ejército inmovilizado largo tiempo ante una plaza. Fue entonces cuando uno de sus hombres de confianza, Vellido Dolfos, que había desertado de las filas zamoranas un par de meses antes (aunque en realidad todo era un plan de la maquiavélica Urraca), se ofreció a mostrarle una pequeña puerta que nunca se cerraba. Desde allí, las tropas de Sancho podrían entrar en la ciudad y poner fin al largo sitio.
Sancho y Vellido Dolfos fueron al sitio donde se encontraba la supuesta puerta. Fue entonces cuando al rey le dio un aprieto, es decir, que sus tripas pedían un vaciado urgente. Dejó a Dolfos su lanza y se dispuso a hacer lo que el cuerpo le pedía. Ese fue el momento en que el zamorano aprovechó para atravesar al rey de parte a parte. Acto seguido, huyó a la ciudad, que lo acogió con los brazos abiertos. De este modo tan poco decoroso encontró la muerte el primer rey de Castilla. Tras el luctuoso suceso, las tropas castellanas levantaron el sitio y el reino, nuevamente unido, fue heredado por Alfonso, que volvió de su exilio de Toledo.
La puerta donde todo ocurrió fue llamada " Puerta de la Traición", hasta el año 2009 en que se cambió el nombre a " Puerta de la Lealtad". En cualquier caso, hay que decir que el relato de la muerte de Sancho II no está del todo claro, pues toda esta historia sólo se recoge en los cantares de gesta y no en las crónicas del reino. Pero, como dicen los italianos, " se non é vero é ben trovato ".
El nauseabundo funeral de Guillermo el Conquistador
Cuando en enero del año 1066 moría sin descendencia el rey de Inglaterra Eduardo el Confesor, se desató una lucha por el trono. De una parte, Harold de Wessex había sido nombrado rey por Eduardo en su lecho de muerte, pero el duque de Normandía Guillermo aducía que el trono debía ser suyo, pues el difunto, que era primo suyo, se lo había prometido en el pasado. Guillermo, conocido en esa época como El Bastardo, se preparó entonces para invadir Inglaterra, y el 14 de octubre de 1066 ambos ejércitos se encontraron en Hastings. Guillermo consiguió la victoria y fue coronado rey de Inglaterra en la Navidad de ese mismo año. El Bastardo pasó a ser llamado El Conquistador.
Sin embargo, la vida no se volvió más tranquila para el nuevo rey. Hasta el final de su vida tuvo que combatir a consecuencia de los numerosos problemas en sus dominios ingleses y franceses. Además, tuvo enfrentamientos con su hijo mayor, que se sentía poco valorado y exigía más poder y respeto. Todos estos quebraderos de cabeza causaron mella en la salud del monarca, que hacia el final de su vida empezó a engordar de manera considerable. Esta obesidad, unida a su gran altura para la época (medía alrededor de 1.80 metros de estatura) le convirtieron en blanco de burlas, tanto de sus enemigos como de la propia corte. Aun así, continuó combatiendo hasta el fin de sus días.
Y ese fin llegó en el año 1087. Mientras asediaba Mantes, cerca de Ruan, su caballo se paró en seco y Guillermo se golpeó en su oronda barriga con el pomo de la silla de montar. Dicho golpe le provocó una peritonitis. La infección consiguiente se fue propagando, y después de varios días de agonía, falleció el 9 de septiembre. La noticia de su muerte provocó algunos disturbios, por lo que los que le acompañaron en su lecho de muerte corrieron a defender sus propios intereses. Esto fue aprovechado por sus sirvientes, que le quitaron al cadáver todo cuanto de valor llevaba encima (incluso las ropas, con lo que el cuerpo apareció desnudo). Finalmente, el clero de Ruan lo trasladó a Caen para recibir sepultura.
Cuando llegó a la Abadía de los Hombres de Caen, el cuerpo de Guillermo era una masa hinchada y deforme producto del pus y de los gases de la descomposición. Durante su funeral, trataron de meter el cadáver en un sarcófago de piedra, pero el tamaño del cuerpo hacía que no cupiera. Los presentes lo empujaron hacia el interior, y entonces sucedió lo inevitable: el cadáver estalló. Todos los que estaban alrededor se vieron salpicados de una fétida masa de carne y pus, y un olor pestilente inundó la iglesia (según los fieles, ese olor duró meses). Sin duda, el funeral más nauseabundo de la Historia.
Cuando las caries del enemigo muerto mataron a un jefe vikingo
Los vikingos marcaron una importante huella en la Historia durante más de cinco siglos. Sus correrías les llevaron por toda Europa, desde Escandinavia hasta la Península Ibérica, desde Islandia hasta Kiev. Pero no se limitaron al Viejo Continente, también pisaron América y llegaron hasta Constantinopla y las puertas del califato de Bagdad. Montados en sus barcos (a los que equipaban con ruedas para desplazarse entre los ríos navegables), su presencia se hizo notar con fuerza en el mundo que surgió tras la caída de Roma. Naturalmente, tanto ir y venir trajo consigo multitud de historias épicas, pero también muchas absurdas o sencillamente ridículas.
Tal es el caso de la muerte de Sigurd Eysteinsson. Este caudillo vikingo gobernaba las Orcadas, un archipiélago al norte de las Islas Británicas, pero no se conformó con eso. Trató de expandir sus dominios por Escocia, llegando a conquistar los condados de Caithness y Sutherland. Este empeño le valió el título de El Poderoso. Sus campañas fueron de una crueldad extrema, pues ni los vikingos ni los escotos (pueblo que vivía al norte de Escocia) tenían la costumbre de hacer prisioneros. Es más, ambos pueblos solían cortar las cabezas de sus enemigos y colgarlas de sus monturas a modo de trofeo. Y fue esta macabra costumbre la que provocó la absurda muerte de Sigurd el Poderoso.
El caudillo vikingo retó a Máel Brigte, un jefe escoto, a un combate donde cada uno podría llevar un máximo de 40 hombres. Máel, cuyo apodo era " Dientes Salidos ", aceptó el desafío y allí se presentó junto a sus 40 hombres, sólo para ver que había sido traicionado por Sigurd, que se presentó a la batalla con 80 soldados. El escoto no se echó atrás, y arengó a sus hombres para que combatieran con valor y al menos mataran a uno de los dos enemigos a los que tocaban, pero el resultado fue el esperado: la superioridad numérica de Sigurd decantó la batalla. No quedó ningún escocés vivo.
Fieles a la costumbre, los hombres de Sigurd empezaron a cortar las cabezas de sus enemigos para colgarlas de su silla de montar como trofeo. El jefe vikingo se reservó la cabeza de Máel Brigte, que fue colgada de su montura. A medida que cabalgaba, los dientes salidos de su enemigo se fueron clavando en la pierna del vikingo de forma que se le hizo una pequeña herida. A resultas de la falta de higiene bucal de la época, la herida se infectó, provocándole a Sigurd una septicemia que le causó la muerte a los pocos días. Fue enterrado con todos los honores, como si hubiese muerto en combate, y su tumba se encuentra ignorada a día de hoy. Y es que hay que tener cuidado con la venganza de los enemigos muertos.
Martín el Humano, otro muerto de risa
En el artículo anterior vimos algunos casos de personajes que murieron a causa de un violento ataque de hilaridad. Hoy veremos aquí el caso de Martín I de Aragón, llamado El Viejo para distinguirlo de su hijo Martín el Joven, y El Humano, por su gran afición a las Humanidades y a los libros. Rey de Aragón, Valencia, de Cerdeña, de Sicilia y Conde de Barcelona, tuvo un final poco acorde con su extraordinaria vida.
Este rey tuvo una existencia convulsa. En principio sólo había heredado el reino de Sicilia, y con muchas dificultades (los Anjou también aspiraban a ese trono), pero la muerte de su hermano Juan sin descendencia le dio también el resto de títulos. Su reinado se vio marcado por el Cisma de Occidente, donde tomó partido por el Papa de Aviñón Benedicto XIII (al que llegó a rescatar de un asedio y acogerlo en Peñíscola). Pero no contento con todo esto, lanzó dos cruzadas contra el norte de África (en 1398 y 1399), favoreció las artes y las letras y se vio envuelta en luchas internas de las noblezas aragonesas y valencianas. En resumen, una vida de película. Lástima que su muerte no estuviera a la altura de esta vida.
Y es que el 31 de mayo de 1410, después de haberse comido un ganso entero, se encontraba descansando cuando entró en la habitación su bufón. El rey le preguntó dónde había estado y el bufón le contestó: " En los viñedos, cuando vi un joven ciervo que colgaba por el rabo de un árbol, como si alguien le hubiera castigado por robar higos ". Posiblemente el chiste no le haya hecho al lector la más mínima gracia, pero parece ser que al rey sí, y mucha. Empezó a reír de forma descontrolada, lo que unido a la indigestión que tenía, le provocó un ataque al corazón. Y es que los chistes malos deberían haberse prohibido hace mucho.