Hoy toca de nuevo analizar uno de esos temas de nuestra vida diaria que nos dan tanto asco. Como sabes, por esta razón estoy aquí, para contar todo eso que nadie cuenta y que seguramente tú no querrás saber. Analizamos hoy el polvo que se acumula en nuestras casas. Ese que tantos dolores de cabeza nos da y que nos deja los riñones destrozados al quitarlo.
Antes de nada una pequeña aclaración para algunos tramposos. Que conste que en el número uno de esta lista coloco a mi misma madre. Cuando el sol se cuela por la ventana, estando cerrada, no se genera más polvo. Sencillamente se ve mejor lo que se nos olvida de limpiar. Mi madre tiene mucho morro y no me canso de decirle que eso no es así. Al final, siempre acaba respondiéndome que no le falte al respeto, que tiene mucha más experiencia que yo. Su edad lo avala. En fin…
El polvo que se genera en casa es prácticamente nuestro. Me refiero a que casi todo lo que lo forma proviene de nuestro cuerpo (a no ser que te acabes de mudar, claro, o compartas piso con otras personas, como yo. En mi caso, con dos chicos más). Un 70% del polvo está formado por células muertas de la piel. El resto, proviene del exterior de la casa. No quiero ahora ni pensar el polvo que se genera en casa de la gente que tiene más de una mascota. Allí hay células de todo dios.
El riesgo del polvo ya no es únicamente estético. Es pura golosina para los ácaros. Por esta sencilla razón tenemos que eliminarlo con mucha frecuencia. ¿Cómo? La mejor solución es barriendo con algún trapo húmedo. La otra es aspirando, pero siempre se acaba escapando algo que volverá, tarde o temprano, a depositarse en el mismo sitio. Con un poco de suerte tardará, tras mantenerse flotando en el aire, una semana. El tiempo que tardaremos en disfrutar de nuestro piso aparentemente limpio.