Durante mucho tiempo hemos estado trasladando las plantas que teníamos repartidas por la casa al fregadero, para su riego semanal. Sin embargo, cada vez teníamos más vegetales y éstos, gracias a Dios, crecían, de modo que la tarea termino convirtiéndose en algo muy tedioso. Se imponía un cambio de táctica, y en esa estábamos cuando nos topamos en una tienda con la clásica regadera de toda la vida. ¿Y sabéis?, nos encanta el gesto de llenarla, sujetarla por el asa y ver cómo cae un chorrito muy fino y delicado de agua sobre la tierra, hasta humedecerla. La nuestra no puede ser más sencilla, pero cumple su tarea a la perfección. Además, es rosa, no podía ser de otro color..., y la tenemos en la ventana bien a la vista, como un elemento decorativo más. Con este simple y cotidiano objeto, hemos redescubierto el placer de cuidar y mimar a nuestras plantas, regadío incluido, sin que nos pese.
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Estos calores que estamos sufriendo en los últimos días nos tiene achicharrado hasta el cerebro... Éste solo nos da para post ligeritos y muy refrescantes... ¡Por poco nos regamos a nosotras mismas mientras lo escribíamos! Por cierto, ¿qué tal andáis de regaderas?