Revista Solidaridad
La de Álvaro Merino Oliva no es una historia agradable, pero resume, sin ningún ánimo de filosofar, cómo puede cambiar la vida en muy poco tiempo. Hace dos años, la diabetes que sufre obligó a cortarle las dos piernas de forma sucesiva. Tuvo que mudarse a Añaza con una hermana desde su barrio de Chimisay Alto, en Ofra, y ahí empezó un particular calvario. Seis peldaños de una "maldita escalera" le separan de la ansiada libertad.
Este discapacitado necesita "al menos cuatro personas para que me puedan levantar a mí y a la silla eléctrica, en total unos 200 kilos", cada vez que quiere, simplemente, dar un paseo por su entorno más cercano, el del Paseo Maurrillo. Un "muro" de seis escalones de piedra le separa de "la libertad"; es decir, del ras de la calzada. Una odisea diaria para lograr lo que el resto de los mortales obtiene de la forma lo más normal y cotidiana: salir a dar una vuelta y coger el aire.
"Trabajé en diversos oficios, como el de camarero, y mi vida era totalmente normal, en un piso con mi madre en mi barrio de siempre de Ofra", explica Álvaro. "Pero la salud empezó a fallar, me operaron de corazón y luego ya vino lo de las piernas", añade.
Hoy en día, ya con 44 años, Álvaro -que no pierde la ilusión y la sonrisa pese a todo-, lleva dos "luchando por algo tan simple como que me pongan una rampa. Afortunadamente, vivimos en el bajo porque de no ser así el problema se agravaría". Lo corrobora, asintiendo con la cabeza, su sobrino Brian quien "se come" en buena medida toda esta situación un poco surrealista que sufren a la hora de sacar a su tío a la calle.
"Antes de que yo llegara aquí, había una rampa, aclara, pero al parecer las motos molestaban mucho al entrar y salir, y la cegaron. Pedí que la repusieran por mi estado pero la comunidad alega que no tiene dinero", explica.
"Yo creo que falta solidaridad", valora el protagonista. Y cuenta una anécdota: "Una vez me llegaron a decir durante una visita que yo mismo cogiera cuatro bolsas de cemento y arena, y la levantara. No creo que lo dijeran con mala intención, pero no hay más que verme (sonríe). Falta bastante sensibilidad hacia las personas como yo en la sociedad en general".
Álvaro desglosa el "operativo logístico" que precisa montar cada vez que desea salir de esta "prisión perpetua". "Hay que llamar como mínimo a cuatro personas porque las dos grandes baterías de la silla (que le donó un ángel de la guardia) pesan 75 kilos cada una más la estructura y mi cuerpecito".
Álvaro tiene un deseo: "Mejor dos, desvela. Poder coger la guagua y los domingos ir a la iglesia. Por eso hace falta la rampa, pero no sólo para mí. Hay señoras mayores con compras o madres con carritos que también la necesitan".
http://eldia.es/santacruz/2015-01-18/1-seis-escalones-libertad.htm
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