Esos ojos clavados en mi espalda, antaño azules, brillantes y hoy ajenos a su propia realidad, fruto de una enfermedad que erosiona y se apropia de tus recuerdos, robándotelos despacio casi sin que lo percibas y te usurpa la vida como un ratero sigiloso. Esos ojos clavados en mi espalda que traspasan mi piel hiriéndome en lo más profundo; y esa lágrima urente que tímidamente asoma en ellos deslizándose en silencio que percibo sin ver, salada y amarga como el sabor de boca que me queda tras despedirme de ti todas y cada una de las noches.
Al regresar del trabajo me apresuro en un metro atestado de niños y jóvenes que regresan a sus casas tras la jornada, con la alegría inconsciente de la salud y la juventud; rodeada del color y la algazara que nos proporciona la vida; y llego como cada tarde, de golpe y como un mazazo al que no te acostumbras nunca, al silencio, la grisura y la soledad de la enfermedad; a tiempo de darle la cena y las buenas noches.
Me dijeron que era lo mejor para ella y para mí, lo sé y soy consciente que yo no puedo darle los cuidados que necesita, pero a pesar de que me insisten que no me reconoce, que no sufre ni padece, hay momentos, frugales e imperceptibles para sus cuidadores, pero no para mí, en los que la lucidez asoma a sus ojos y me interrogan sin hablar.
Mientras le doy la cena, despacito, con mimo e intentando tener la paciencia que ella siempre mostró conmigo le narro cómo me ha ido el día, lo traviesos que son sus nietos, lo orgullosa que estaría de ellos y, poco a poco, casi sin percatarme siempre acabo interrogándole con frases que comienzan con“¿te acuerdas mama cuando…?” “¿mama tu que harías…?
Mi madre la más fuerte, la más alegre, el espíritu de la superación y de la lucha, el motor de mi familia, la alegría de mi casa, siempre encontraba la frase perfecta para que no decayeses, la sonrisa y el beso en el momento oportuno. Añoro sus historias de postguerra, sus lentejas, los calcetines de lana que nos tejía para dormir, e incluso las broncas cuando regresaba tarde a casa.
Solo le pido a esa maldita enfermedad que te lo roba todo, todo despacito, que te roba el color de los ojos, te roba las historias vividas y el recuerdo de las caricias repartidas, porque robándote los recuerdos te va robando la vida. Te roba la Alegría, lacerando tu identidad como persona, hundiéndote en una Zozobra Hiriente que Entabla una lucha sin cuartel para anularte, consiguiendo Invalidarte, y sumiendo a tus seres queridos en una contienda en la que se dan la mano el Miedo y la Esperanza mientras les va Rompiendo el corazón.
Solo le pido a tu maldita enfermedad que esos ojos que se clavan en mi desconcertados, cuando durante la cena te relato, mamá, lo mucho que nos has querido, nunca pierdan ese resto de brillo lúcido que solo yo percibo, porque a él se aferra mi esperanza de que sigues estando conmigo.
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