En este otoño lento de manga corta, vamos recogiendo hojas secas y guardándolas en un cesto en forma de calabaza. No es importante llevar hojas al colegio. Es “súper” importante.
Empieza a llover. Tememos que las hojas no lleguen a clase en buenas condiciones. No es una lluvia melancólica como la del recuerdo o la de los poetas románticos. Es una lluvia ligera y graciosa que no necesita paraguas, como un chiste corto, como una cosquillita.
De repente, nuestra hija mayor S., de 4 años, lanzándome una de sus miradas retadoras, pregunta: “¿Por qué A. tiene dos mamis?”. Un escalofrío recorre mi espalda. No quepo en mí de gozo. Supongo que es deformación profesional. Después de tantos años asesorando a los pacientes sobre cómo afrontar un momento así, de miles de charlas entre amigos, tanto tiempo preparándome para la maternidad (con dos abortos espontáneos incluidos), varios cuentos leídos y un anuncio de Coca Cola…¡por fin llega nuestro momento!. Le respondemos con naturalidad que hay niños que tienen dos mamás, otros dos papás, algunos una mamá, bla, bla, bla. S. contesta: “¡Qué guay dos mamis!, ¡qué suerte tiene A.!”. Mi marido me mira de reojo con cara de decepción. Le decimos que L. y R. son unas mamis magníficas, que sí, que A. y su hermanito son unos suertudos. S. sonríe y suelta: “Sí, pero a mí me gusta que vosotros seáis mi familia. A. tiene suerte y yo también”. Su padre vuelve a mirarme. Esta vez, lleno de satisfacción.
El peque (2 años), que ha decidido “practicar” con el paraguas, camina de puntillas y alarga el brazo para descubrir el milagro del agua, el milagro de la vida aún por descubrir. Y pienso que tal vez, un día, él también nos hará la misma pregunta y podremos explicarle la gran variedad de estructuras familiares que existen en el siglo XXI y cómo la ciencia ayuda a cumplir sueños cuando la naturaleza no es capaz de hacerlo sola.
Ser lesbianas y ser madres ya no es nada raro. Creo que S. sólo necesitaba confirmar lo que sabe de sobra, lo que ve a su alrededor todos los días. Los niños nacen sin prejuicios, son los adultos quienes a veces los transmiten. Intentemos pues normalizar la realidad, educarles en valores aceptando la diversidad, des de la propia seguridad, naturalidad y des del respeto.
Cuando acuden a consulta mujeres solas o parejas del mismo sexo, a veces me cuentan que tienen miedo de que su hijo les reproche que no le han dado la opción de tener un papá. Pero lo importante no es el género, no es la figura en sí, sino la relación y el vínculo que un hijo establezca con su/s progenitor/es. Un niño no necesita necesariamente de un papá o mamá tradicional. Lo que sí es necesario es abrir el perímetro de posibles modelos, para que los niños crezcan en un equilibrio masculino-femenino y puedan construir su identidad libremente y eso es fácilmente asumible con la ayuda social externa y con ayuda de la familia extensa. Es algo que se consigue de forma natural y espontánea. Cada familia es única e irrepetible y todas tienen el potencial de educar en el respeto. Lo importante es atender las necesidades emocionales de nuestros hijos, empatizar con ellos, transmitirles seguridad y afecto, cuidar la comunicación con ellos…y todo eso no depende de la estructura familiar, como tampoco depende del vínculo genético (ya que la relación de parentesco es más simbólica, que biológica).
La sociedad actual evoluciona progresivamente hacia una mayor presencia de modelos familiares distanciados del concepto de familia tradicional nuclear. Las familias homosexuales, las monoparentales, las reconstituidas y las multiétnicas, muchas de ellas con hijos concebidos a través de la Reproducción Asistida o la adopción, son ejemplos de estas nuevas formas de familia. Ahora bien, repito: la estabilidad emocional de un hijo no depende de su estructura familiar. El modelo tradicional de familia heterosexual compuesta por papá, mamá, niño, niña y perro labrador, no siempre es garantía de afecto y seguridad. He conocido papás que cumplen mejor su función familiar que muchas mujeres, he visto parejas del mismo sexo que son excelentes madres o padres, etc. Lo importante es saber identificar y atender las necesidades de un hijo.
Y todo esto no lo dice una simple psicóloga imperfecta. Existe evidencia científica. Diversos estudios concluyen que formar parte de estos nuevos modelos familiares no implica para los niños diferencias significativas ni a nivel intelectual, ni a nivel emocional, ni a nivel relacional. La estructura familiar en sí misma (el número de progenitores presentes, la orientación sexual de los padres y madres, la vinculación o no genética) no crea diferencias en el desarrollo psicológico de los niños. Lo que realmente influye en el bienestar emocional de éstos es la calidad del vínculo afectivo, la calidad de las relaciones presentes en esa vida familiar. Es decir, el grado de armonía o desarmonía que impera en la estructura. Cualquier estructura familiar puede ser válida para la crianza, siempre y cuando eduquemos niños tolerantes y comprensivos con las distintas formas de entender la familia y la sociedad.
Es cierto que, tanto a nivel popular como a nivel institucional, cada vez están más aceptados los nuevos modelos familiares pero todavía queda mucho camino por recorrer, todavía existen prejuicios en ciertos sectores de la sociedad; así como discriminación y contradicciones legales. Intentemos entre todos pues, no dar la espalda a la realidad y hacer una sociedad más justa, diversa y equitativa.