(Reseña de "A toda vela", de C.H.B. Kitchin, publicada en "Ambito Cultural").
Una extraña ley del mercado parece dictar que toda novela inglesa que se publique deba llevar en su contraportada o su faja alguna alusión a Jane Austen. La editorial Periférica recupera "A toda vela", una interesante novela escrita en 1924 por C.H.B. Kitchin, y lastra su importancia al presentarla como "una novela agridulce" acerca de una mujer que corre el peligro de convertirse en solterona, "una novela muy crítica a pesar de su aparente ligereza, digna de Jane Austen".
Pues aunque "A toda vela" no sea una obra central de la literatura inglesa del siglo XX, sí que merece una lectura atenta en relación a la tradición en la que se inscribe, que no es la heredera de Austen sino del modernismo de principios de siglo. Tal vez bajo esta luz se observen mejor sus méritos, que atañen principalmente al estilo.
La trama es tan sencilla como difusa: Lydia Clame está en crisis. No es ya joven, no es suficientemente rica ni suficientemente extravagante ni está en el meollo de la vida social. No encuentra novio, y su percepción hace aguas:
"Su nerviosismo, siempre intermitente, la abandonó de repente. Estaba exhausta, tenía treinta y los aparentaba. Cómo hacer de la noche un éxito sin vitalidad, cómo sobrevivir a ella. Tanto, antes, parecía depender de esa noche; y, sin embargo, ¿qué placer podía, después de todo, procurarle?"
El lector sigue a Lydia en un viaje errático, en el que la protagonista constata que no hay lugar en el mundo para ella: amenazada por la posibilidad de perder sus rentas, rodeada de amigos superficiales e incapaz de transformarse en una mujer más resuelta, Lydia siente que el tiempo en que su existencia tuvo sentido ha quedado atrás.
Tal vez C.H.B Kitchin eligiera a Lydia como arquetipo de una generación de mujeres que, en palabras de Virginia Woolf, "no vivían verdaderamente en nuestro siglo". Sin embargo, "A toda vela" no es una novela edificada en torno a un personaje, y no es en la fractura interna de la protagonista donde el autor muestra el carácter fragmentario y deslavazado del mundo que representa, sino en la prosa que describe el exterior.
Así, por ejemplo, sale el tren de la estación:
"Por fin el Bovril sustituyó al Oxo, y el jabón Pears a Bovril. Pasaron los carteles de BUFFET y CABALLEROS. Sólo los hilos del telégrafo mantuvieron el paso, decayendo como en una caricia hasta que con cada relámpago de negrura vertical ascendían de nuevo a la dignidad de su primera altitud. El compartimento, que la señorita Clame tenía para ella sola, olía a ectoplasma"
Y así atardece:
"La escena estaba llena de un tenue sosiego que, aunque en un principio parecía pastoral, arrastraba irresistiblemente el pensamiento a espacios más amplios, a una intensidad de llanura o mar o cielo donde la noche y el día se fundían en un rapto de no existencia, y la tierra, con sus múltiples caras, se disolvía, como un cristal cayendo en aguas profundas. Durante algunos minutos uno se sentía abrumado, transformado en algo pasivo y sin embargo desapasionado".
C.H.B. Kitchin trabajaba su prosa con la misma intención artificiosa con la que escribían Henry Green o Elizabeth Bowen en sus obras de los años veinte, como "The Hotel" o "The last September", en las que el estilo, siempre presente, se imponía a la trama como un filtro que la distorsionaba o la alejaba. Nos encontramos, pues, ante una novela que mejora al ser leída como una pieza de su tiempo.
Es posible que "A toda vela" parezca una obra imperfecta a nuestros ojos, particularmente si esperamos encontrar lo que presuponemos a cierto tipo de novelas inglesas: ironía más o menos suave y comedia ligera de buenos modales. Y es que los méritos de esta novela no están ahí sino en su propuesta, que consiste en reflejar la fractura entre el hombre y el mundo en la confusa década de los años veinte.
Orwell dató en 1918 la muerte definitiva del mundo decimonónico. Tal vez este libro, escrito seis años después, fuera escrito bajo esa sombra y con esa intención: como metáfora de una sensibilidad que empezaba a reconocerse sólo en lo informe, en lo difuso, en el vagar, en la deriva.
Fotografías de Lucas Blalock