Revista Cultura y Ocio

A todas horas

Publicado el 26 enero 2015 por Elarien
A todas horas El viernes me fui a casa confiada de haberlo dejado todo resuelto. Quizá había sido así con lo que ya había acontecido pero nunca se sabe lo que el futuro deparará, y ese fin de semana llegaba cargado de emociones, tal y como iba a descubrir, gracias al busca.
El asunto se desarrolló despacio, aunque empezó esa misma tarde con una llamada.
- Sí, dígame.
- No sé si has oído las noticias. Ha habido un accidente múltiple, un coche de bomberos ha arrollado a un autobús de línea y lo ha empotrado contra un edificio. Nos han traído a uno de los heridos y tiene algunas lesiones que me gustaría que valoraras.
- ¿El hombre está bien? ¿Puede tragar? ¿Está apurado o afónico? ¿Le crepita el cuello?
- No te preocupes, está bien, aunque le vamos a dejar hasta mañana en Observación. Sólo quería avisarte para que, cuando te pases, le eches un vistazo.
Es un alivio saber que no corre prisa y que no tengo que salir a la carrera.
- Por supuesto, entonces mañana le veo cuando vaya a curar la planta.
Cuando llego al día siguiente, me acerco a ver al enfermo. Al verle descarto mi plan de subirlo a la consulta para explorarle, le tienen tumbado e inmovilizado con un collarín. Opto por bajarme las cosas. Aviso a Seguridad para que me abran (en el fin de semana cierran todo a canto y lodo). El hombre tiene buena encarnadura y mi exploración es bastante normal. Me llama la jefa de hospital, tiene que informar a la jefa de prensa porque la noticia está en los medios. No sé si al ser un parte tan positivo lo considerarán de interés, pero mejor así.
No tenía pensado salir de juerga el sábado por la noche pero el destino había hecho otros planes y contaba conmigo. Es la una y media de la madrugada cuando me suena el busca, que también despierta al pobre House.
- Te llamo de la Observación, tengo un señor con disnea y no mejora con corticoides. Está con estridor.
- Voy para allá.
Tardo media hora en llegar. El paciente se ahoga. No eran exageraciones. Le exploro. Tiene la laringe paralizada, inflamada y respira por una rendija. Ha salido de la UCI hace apenas dos semanas por lo que me cuelo entre las cuerdas para confirmar que la tráquea está bien. Su médico me cuenta sus antecedentes y me tiemblan las rodillas. El alcohol le ha destrozado: hepatopatía con cirrosis, coagulopatía, encefalopatía, obesidad... Una joya.
- En su estado quizá la mejor idea sea intubarlo. A lo mejor es algo transitorio. En caso de que, en unas horas la parálisis persista, habría que plantear una traqueotomía. Claro que si antes se puede mejorar el estado de su coagulación, mejor.
La anestesista comparte mi criterio. La intubación transcurre sin dificultad y solucionamos el problema (de momento).
No termina ahí mi visita. En el ínterin ha llegado un enfermo intervenido hace diez días con una hemorragia. Afortunadamente el cuadro ha cedido a su llegada. Pautamos dieta y observación. Si sangra de nuevo tendré que meterle en quirófano. Se lo explico. Le tranquilizo. Cruzo los dedos y regreso a casa con la espada de Damocles sobre mi cabeza.
Me cuesta conciliar el sueño. Duermo a trompicones. Esa mañana me acerco de nuevo al hospital, aunque apenas hace unas horas que me marché de allí. Compruebo que todo sigue en orden.
Mi sobremesa es una siesta, la tarde una rosconada familiar para celebrar la llegada de hermanita. Chocolate y roscón relleno de crema, lo mejor para recuperarse.
Nueva llamada esa noche, también a la una y media de la madrugada. Las brujas andan un tanto trasnochadoras. Apenas puedo abrir los ojos. Por suerte lo soluciono por teléfono y no me desvelo demasiado, estoy demasiado cansada para darle vueltas a la cabeza a la idea de si me llamarán otra vez y si tendré o no qué ir. Entro en coma y nada de eso sucede.
El lunes hago entrega del busca en la sesión y les pongo en antecedentes. Luego me bajo al quirófano. Tengo un caso complicado, muy complicado, una reintervención. Es aún peor de lo que me figuraba. No hay planos, es todo fibrosis. No se identifican las estructuras. Tenemos el monitor del nervio puesto y a ratos me guío de oído, suena cuando me acerco al nervio que quiero disecar y sé que está por ahí. Me cuesta tanto despegar los tejidos que termino con una ampolla en el dedo. Hay momentos en los que pienso en abandonar, si sigo y cometo un error es el paciente quien sufrirá las consecuencias. Voy con cuidado, no quiero rendirme pero tampoco quiero hacer algo mal. Sudo tinta. ¿Qué tal vais? pregunta la anestesista. Mal, contesta mi compañera. Regular, respondo yo, que soy más optimista. Poco a poco, parece que lo conseguimos. Llego a casa con resaca (y no he bebido).


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