Revista Sociedad
“Aquel jueves por la mañana cogí el tren de las 7.15 para ir a trabajar, como todas las mañanas. Estuve esperando unos minutos en el apeadero hasta que llegó el tren y como ya tenía calculado el lugar preciso donde se detenía el tercer vagón, la puerta quedó justo delante de mí. Intenté abrirla varias veces, pero la manilla no funcionaba y por miedo a perder el tren, corrí al vagón de delante, abrí la puerta y me senté al lado de la ventana. El tren siguió su camino y en cada parada se subían más personas, trabajadores y estudiantes con cara de sueño y cansancio, como yo. Después de varias paradas, no quedaban asientos libres y muchos iban de pie, sujetándose como podían, apretados unos contra otros. En un instante, me quedé dormida con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana… hasta que un fuerte golpe me despertó….”Parece el comienzo de una novela de ficción, ¿verdad? Si soy sincera, a mí también me lo parece a veces, que aquello nunca pudo ocurrirun mal sueño, una pesadilla que nunca pasó. Pero lamentablemente así empezó mi historia aquel día y fue muy real. Lo que sucedió después, ya lo sabéis por las noticias..No podía dejar pasar el día de hoy sin dedicar unas líneas a todos aquellos que perdieron su vida aquella fatídica mañana del 11 de marzo y sin apoyar a otras tantas víctimas que, como yo, llevaremos una marca hasta el final de nuestras vidas. Aunque salí de aquel vagón intacta físicamente, no hay un solo día en que no resuene en mi interior algún eco de aquella desgracia. Hoy no es un día de celebraciones de la vida ni de segundos cumpleaños, como alguien me dijo en un momento de consuelo, sino de dolor, de tristeza y de rabia, porque estas cosas suceden en un mundo, llamado civilizado, donde los inocentes pagan injustamente por intereses sin sentido. Después de 10 años, todavía se me inundan los ojos al recordar todo el horror que ví después de aquella sacudida que me despertó. Por mi parte, sólo pido que esta tragedia se recuerde, que las muertes no hayan sido en vano y que su relato pase de generación en generación. Y que sirva para que seamos un poco más humanos y nos compadezcamos también de quienes están sufriendo ahora una guerra, sean del país y del color que sean. Por desgracia, en muchos países viven un 11-M todos los días.