Eso es así. A cada uno le da por lo que le da y, oye, es totalmente respetable. Si a ti te gusta hacer figuritas de plastilina con los dedos de los pies ¿quién soy yo para juzgarte? ¡Pues nadie, claro que no! Aunque lo que a mi me llama la atención son los comienzos. ¿Cómo es el día en el que tú te levantas y dices ¡pues me voy a poner a pintar bolardos!? No lo sé. Y no lo sé porque Le Cyklop no cuenta nada en su about me. ¿Y qué hago yo? ¿Quedarme callada y no mostraros lo que hace? No, señor. Si a él le da por pintar bolardos, a mi me da por inventarme la vida de los artistas, y aquí pan y después chorizo.
Le Cyklop de chiquetito era como Forrest Gump, es decir, cojeaba un poco bastante y los niños del cole se reían de él. Además, eran niños franceses, así que, imagínate lo repelentes que podrían llegar a ser insultando con ese acento tan finolis. Total, que eso traumatiza a cualquiera. Su madre, intentaba fomentarle el espíritu de autosuperación contándole el cuento del Cíclope. La historia de un monstruo que, pese a tener un sólo ojo, pudo vencer a todos sus enemigos.
Le Cyklop al principio no le hacía ni caso, que para algo era su madre, y lo seguía pasando mal en el colegio. Sin embargo, con el tiempo y los avances de la medicina, el chaval empezó a andar con soltura y sin problemas. No llegó a petarlo jugando al fútbol americano pero sí consiguió tener muchos fans capaces de ponerse en gradas para corear su nombre. ¿Cómo? Con su arte. ¿Y dónde aplicó ese arte? Pues decidió dedicárselo a los bolardos a los que tanto odió durante mucho tiempo, ya que su cojera se debía a un accidente que tuvo con uno de estos mamotretos sinsentidos que están por las calles. ¡Cómo cambian las cosas, tú!
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