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A traición

Publicado el 12 enero 2020 por Josep2010

A traición
Desde que hace ya más de seis años descubrí gracias a la película InFamous (que comentamos aquí) las capacidades histriónicas de Daniel Craig cuando le veo aparecer en un cartel que no sea del epónimo Bond (que también me atrae pero únicamente por motivos tradicionales [por no denominarlos directa y modernamente como frikies]) la curiosidad me impele a comprobar cómo se desenvuelve en un papel alejado de la mera acción, esperando que haya por lo menos unas buenas líneas a escuchar en su rotunda y bien modulada voz que, como buen actor británico, sabe usar a conciencia.
Así que cuando por fin la más cercana cartelera anunció la exhibición de la película Knives Out (Puñales por la espalda) la decisión estaba tomada porque evidentemente con un título así la pieza forzosamente debía pertenecer al género de misterios criminales con detectives por en medio y el reclamo para mí resulta casi irresistible.
Quizás si hubiera averiguado en IMDb datos relativos a director y guionista los prejuicios me hubiesen vencido porque ambos son la misma persona, el inefable Rian Johnson, director y guionista de Looper que como ya dejé escrito hace siete años aquí no me gustó nada de nada, y así pasó con su trabajo en la penúltima de Star Wars, de modo que una vez más he de admitir - y no me duelen prendas en ello - que los prejuicios en el cine hay que guardarlos para después de haber visto una película, lo que anula inmediatamente su posible efectividad, porque en este mundo tan complejo, dependiente de tantos factores, no siempre la experiencia sirve para anticipar las sensaciones que nos va a proveer una nueva película.
No hay que buscar en Knives Out mucha originalidad en su base, tratada en diversas ocasiones por novelistas de la ficción detectivesca, incluso en sus traslaciones a la pantalla: hace año y medio nos deteníamos en una versión de la novela de Agatha Christie Crooked House y no hay duda que Rian Johnson se inspira en el relato para edificar una trama que bebe vientos clásicos al presentarnos una muerte sucedida en un casoplón aislado, residencia del afamado escritor de novelas de crímenes y misterios detectivescos Harlan Thrombey y de su familia entera, sus hijos y nietos y sorprendentemente su madre, apareciendo degollado la mañana siguiente a celebrar su octogésimo quinto aniversario.
A traición
La policía comparece acompañada por un afamado detective particular, Benoit Blanc quien asegura haber sido contratado de forma anónima y percibidos por adelantado sus elevados honorarios, así que inician una investigación de mérito trámite para la policía, porque el degüello parece acreditado ser de propia mano (la sangre de las carótidas se expande por la habitación sin freno de nadie cercano) y van a declararlo suicidio, aunque el sabueso Benoit se huele circunstancias extrañas empezando por su propia presencia reclamada por persona extraña e ignota, aspecto que quiere esclarecer.
Van a interrogar a todos los presentes en la fiesta del cumpleaños, incluyendo la ama de llaves y la enfermera particular de Harlan, la joven Marta Cabrera que ya se inició como asistenta personal incluso antes de obtener el título de enfermera, declarándose a los detectives como más que enfermera una especie de amiga y confidente de Harlan, quien hallaba en ella la amistad desinteresada que en su familia no existía, todos pendientes de su cuantiosa fortuna.
A traiciónSerá precisamente el ama de llaves quien descubrirá la muerte del señor de la casa cuando le lleva el desayuno con su taza personal que indica claramente su carácter en tres frases: My House, My Rules, My Coffee (Mi casa, Mis normas, Mi café); a partir de aquí, Rian Johnson demuestra haber hecho los deberes porque complementando su propio guión literario enseguida entendemos que ha confeccionado un guión técnico minuciosamente sin dejar nada al azar: siguiendo el sistema de la trama llena de giros, guiños y homenajes a temas ya conocidos pero presentados de una forma limpia, ágil y hasta cierto punto novedosa, la cámara se moverá y será emplazada con toda intencionalidad y podríamos asegurar que los encuadres, todos ellos, no tienen nada de casual y sí mucho de masticados cien veces.
En el relato hallamos la típica representación de un grupo familiar constituído por elementos diversos entre sí cuya interrelación más fuerte es la dependencia del cabeza de familia que a todos provee de medios de subsistencia mediante la concesión de préstamos, subsidios y sinecuras que pronto sabremos le tienen harto y no precisamente por avaricia sino por otras causas que dejaremos en el tintero para no levantar pista alguna y como todo aficionado al género colegirá de inmediato, la enorme herencia que deja tras de sí el citado Harlan será otro elemento de interés en la trama.
Nada nuevo, ciertamente, pero muy bien presentado. El amplio abanico de personajes se erige en película coral una vez más falta de profundidad porque no es tan fácil como parece vestir todos los personajes con datos que mantengan su interés y se claven en la retina del espectador pero por lo menos no cae Rian Johnson en estereotipos trillados y apunta maneras a pesar que los dardos críticos que ofrece sean de escasa consideración: no nos hallamos ante un ejemplar de cine negro con claro contenido social sino ante un juguete bien construído, una representación de un enigma con diálogos bien escritos y tres personajes que concitan la atención del respetable porque de forma clamorosa uno percibe que reciben todos los mimos del director.
Valiéndose con inteligencia del montaje, los encuadres y el flashback, Rian Johnson nos lleva rápidamente a la convicción que no debemos perder de vista la evolución del personaje de Marta Cabrera, esa enfermera de buen corazón que se verá inmersa en una situación inédita para ella, no deseada ni siquiera pretendida, con la dificultad de estar bajo la mirada quisquillosa y paciente de un Benoit Blanc que no pierde detalle y permanece muy atento para desentrañar lo que para él es el mayor misterio: saber quién le ha pagado sus honorarios para averiguar lo que se le antoja diáfano. La evolución del personaje de la enfermera va pareja al desarrollo de la enigmática trama y también, justo es reconocerlo, con el desencanto producido por la caída de las mascarillas (porque no llegan a máscaras) de unos personajes de escasa profundidad servidos, eso sí, por un grupo de intérpretes a los que Rian Johnson les debe buena parte del éxito de su película.
Especialmente a Ana de Armas que carga con el peso de la trama juntamente con Daniel Craig y las intervenciones reveladoras de Christopher Plummer, los tres en los caracteres protagónicos realizando cada uno en su cometido una labor más que encomiable, digna de elogio, porque a pesar que los diálogos están bien escritos y ofrecen oportunidades de lucimiento, hay una contención que se traduce en naturalidad y consecuentemente en credulidad del personaje que obtiene la atención y simpatía del espectador que gozará con todos los detalles y paladeará el subtexto de los gestos y omisiones, especialmente en el último tercio de la película.
Desarrollándose casi toda la película en los interiores de la mansión, Rian Johnson evita la sensación de claustrofobia generalizada pero la reserva aligerada para quien precisa la trama y lo hace sin que en ningún momento haya un sentimiento de teatralidad por el uso de casi un único escenario -aunque con diferentes estancias- y de unos diálogos abundantes y supongo que el cuidado de la dirección artística producida por David Crank merece por lo menos un aplauso porque casi se convierte en un personaje más de la trama.
En definitiva, una película recomendable para los amantes del cine de intriga que el buen aficionado paladeará complacido y más si tiene la suerte de poder verla en su versión original porque el terceto protagonista merece ser disfrutado al cien por cien, aunque tampoco hay que olvidar el concurso de buenísimos intérpretes que hacen las veces de secundarios de lujo, dando más por su trabajo que por las escenas que les encomiendan; una buena pieza que llevarse a los sentidos que resulta fácil recomendar porque se ve en un suspiro gracias al buen ritmo que no decae un momento.

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