Revista Cultura y Ocio

A tumba abierta

Publicado el 31 julio 2017 por Icastico

Amo la Galicia mágica y atávica. Mi tierra de brujas (meigas). Las fiestas y ritos populares, aunque vengan de la noche de los tiempos, han sido expropiadas hábilmente por la Iglesia que las convierte en la del Santo de Turno o la de su Santa Conveniencia. Le sale del Santo Decreto, que es como decir que sale de abajo. Santo oficio. Arrambla con todo, la iglesia también es ‘todista’ como quiere Linea Directa para sus asegurados. Tiene un dispensador de santos como el tendero su pistola que escupe etiquetas de precio a los artículos. A los paganos nos da igual que nos cuelen santas o santos mientras no falte el alcohol, el desmadre y el olor a raíces de pueblo. Es un expolio consentido desde siempre, el asunto es olvidar por unas horas o días las duras condiciones de vida que otros tiempos imponían. Si desapareciera Dios & Cía seguiríamos celebrando caralladas. Es un tributo.

La segunda fiesta más rara del mundo, según The Guardian, se celebra los 29 de julio en un pueblo llamado Santa Marta de Ribarteme. Esta santa es la protectora de los que están en peligro de irse al otro barrio. Todo el que crea que ha sobrevivido a un mal trance se mete en un féretro y es llevado en procesión durante una hora, de la ermita al cementerio. Son los ofrecidos. Quieren agradecer a la santa haberse salvado. Una penitencia. A cambio de prolongar su vida muestran su dolor, y los hay con mucho teatro. Hacen de sus propios restos mortales. Da cosa, la verdad. Se tumban dentro y cierran los ojos. Si aprieta el calor se dan con un ventilador de los chinos. El sufrimiento que sea el mínimo, amos anda.

Los ofrecidos llaman con ocho meses de antelación a la sacristana de la capilla para pedir vez. O sea, reservar ataud. La capilla dispone de cinco. Si hay overbooking existe un servicio de alquiler de ataudes. El Santo Business también trabaja. El ofrecido aporta seis costaleros (porteadores). Suelen ser familiares que, a su vez, agradecen llevar un vivo sobre los hombros en lugar de un muerto. Han vencido a la muerte, viene a ser la lectura. ‘Virxe Santa Marta, estrela do Norte, traémosche ós que viron da morte’ (Virgen de Santa Marta, estrella del norte, te traemos a los que vieron la muerte). Si el ofrecido se queda corto de costaleros o son mayores (o pequeños) para la exigencia hay lugareños que se ofrecen de lindo gusto por lo mucho que viven la tradición. Gratis. Peor es llevar a hombros a uno de los tuyos muerto, dicen. Al fervor se une curiosidad y morbo foráneo y ya tenemos una fiesta de interés que puede conllevar algún puesto de trabajo, modalidad hostelería, que es la burbuja que tenemos ahora y de la que presume nuestro gobierno. Tiene gracia, el penitente va cómodamente en volandas mientras el costalero aguanta incómodo la hora que dura la procesión, no sé quién hace mayor sacrificio.

Por supuesto, también hay peticiones a la santa para que se cure un familiar que padece una rara enfermedad. Hay quien repite. Por ejemplo, el caso de una señora que de pequeña padecía ataques epilépticos. Se metió en la caja, hizo la petición y no volvió a tener ninguno. La segunda debido a una cirrosis provocada por la obligada ingesta de medicamentos que sus achaques exigen, y que si no hubiese tomado ya estaría muerta de verdad, se me ocurre pensar. Le pidió a santa Marta seguir viviendo y se cumplió por lo que su última petición, a la espera de otras, es no enfermar una tercera vez. Obviamente no padece claustrobia o feretrofobia como otros penitentes que hacen la procesión de rodillas o descalzos por su aversión al confinamiento.

Los bebés ofrecidos, por contra, nunca van dentro de la caja. Debe traer mal fario o puede suponer un trastorno para el crio. La madre, normalmente, lo porta en brazos y los familiares si que llevan un ataúd pequeño y blanco como acto simbólico. Al terminar, se celebra la vida a golpe de cerveza, vino, pulpo, churrasco y lo que surja. La Santa Pitanza, no es moco de pavo. A esta sí que la adoran.

Se dan casos de gente no creyente que se sube al cajón igualmente. No es el mio. Puestos a creer, mis ídolos e iconos en estos temas vienen de la ciencia médica. Soy más de la Santa Seguridad Social, del santo médico o santa doctora, de las santísimas enfermeras, de una bendita operación y benditos medicamentos. Soy más de llevarle un jamón a mi doctora si la muerte me guiña un ojo o anda al acecho y consigo despistarla. Echo de menos que en alguno de esos féretros se introduzca alguien que revindique la memoria perdida y pida por recuperarla y que se pregunte, durante el desfile, cuántos irían de muertos de verdad si no existiera mi santoral. O qué pensarían si su médico, ante una grave dolencia, les remitiera a San Roque o Santa Marta. Hemos desterrado la homeopatía pero la fanfarria catolicona es otro cantar. La santopatía. Y ¡vivan las fiestas!, que conste.

Nota: El género de los no muertos o zombis tiene ADN gallego. Pincha aquí


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