Puede ser casualidad o no, pero últimamente se nos han acercado personas con dolencias o enfermedades diversas, preocupados por su situación o la de sus familiares. Saben que hemos superado grandes escollos, y esto es como cuando estás embarazada, y sólo ves embarazadas por todos lados. Igual. Pero como nosotros no tenemos recetas mágicas, ni atajos para resolver nada, sólo podemos compartir nuestra experiencia real. Hay otras muchas personas que nos han contado las suyas, pero preferimos ceñirnos a las nuestras por tener sobre ellas un conocimiento directo e íntimo.
Odio acudir a la ginecóloga. Sé que debería hacerlo con periodicidad, pero lo odio. Es como si fueras un trozo de carne al que evaluar si está en buenas condiciones. Sin embargo, hace unos cuatro años sentí que algo raro sucedía, y que debía acudir sin falta. Me exploró con detalle y el diagnóstico fue más que preocupante: dos quistes de bastantes centímetros en el útero. Las distintas ecografías que me hizo no daban lugar a dudas. Y las palabras tranquilizadoras de mi doctora poco me aliviaban, la verdad. Eran tan grandes, que casi descartó otra posibilidad que no fuese la intervención quirúrgica. Sin embargo, y siguiendo el protocolo, trazó la estrategia a seguir: tratamiento de sustancias químicas vía oral durante un par de meses, y si no reaccionaban los quistes, intervención quirúrgica sin mayor dilación. Probé la opción de los químicos, durante algunos días, pero como ya le había anticipado a mi ginecóloga, el resultado no fue diferente a otras ocasiones: malestar, vómitos, desequilibrio generalizado en mi cuerpo... Así que decidí "coger el toro por los cuernos", dejar de lado las píldoras y preguntarme qué me estaba queriendo decir mi cuerpo en general y esos quistes en particular. Había leído que la enfermedad suele traer del brazo algún aviso, alguna llamada de atención sobre situaciones de la vida, o sobre traumas o somatizaciones actuales o del pasado. Así que decidí, con la ayuda de una gran amiga y maestra, hacer esa tarea de introspección. Era en la zona del segundo chakra, y esa zona suele tener que ver con el control, y con tenerlo todo bien atado. Ser madre trabajadora, con 3 hijos, y centenares de tareas en todos los frentes imaginables de la vida no suele ser muy compatible con el control absoluto de todos esos frentes. La vida ya me había dado un par de avisos con las circunstancias que me habían tocado vivir, pero ante la exigencia de cambio y flexibilidad, mi lado rebelde había dado la cara y se negaba a cooperar. Y es por ello que quizás algo se estaba cortocircuitando o bloqueando ahí. Quizás esos malditos quistes me estaban diciendo que debía relajarme. Quizás me estaban diciendo que las super-heroinas sólo existen en las películas. Quizás me estaban diciendo que debía empezar a darme más cariño y dedicarme más tiempo a mi misma. Quizás me estaba avisando de que debía rebajar el listón de mi exigencia de tenerlo todo perfecto. Quizás me indicaban que debía dejar de empeñarme en gobernar el barco y aprender a navegar con la corriente. Me hice consciente de ello, y empecé a trabajármelo. En silencio. En mi interior. Creyendo con todas mis fuerzas que yo misma era capaz de superar ese trance. Que unas píldoras químicas nunca podrían hacer el trabajo que puede lograr nuestra fe y nuestras creencias. Dediqué más tiempo a la meditación diaria. Y me puse "a tope" con el reiki en el que acababa de iniciarme. Y tras un mes llegó el día de la revisión. Curiosamente iba más relajada. Tenía la sensación de que había hecho mis deberes, y que algo en mi interior había dado un vuelco. Quizás no era algo físico. O quizás sí. Mi marido y yo nos apretábamos las manos con fuerza en la sala de espera. Él muy preocupado. Yo, confiada, aunque sin ningún as en la manga en realidad. Lo que no podía imaginarme es que aquella cita sería histórica en la historia de mi vida. Apenas habían pasado unas pocas semanas del diagnóstico fatal, y la cara de la doctora no presagiaba nada bueno cuando le admití que había abandonado las píldoras a los pocos días. Pero su cara de contrariedad tomó otro cariz cuando me hizo la ecografía. La contrariedad se tornaba en perplejidad. Miraba la pantalla, miraba las fotos de las ecografías de tan sólo un mes antes, y decía: "No puede ser, no puede ser". Unos quistes de unas dimensiones tan grandes no podían desaparecer en tan sólo un mes, y sin tratamiento químico de por medio. Repitió la operación varias veces y en todas el mismo resultado: nada. Los quistes se habían esfumado. Como no las tenía todas consigo, llamó a su marido que estaba en una consulta contigua, también ginecólogo y especialista en imagen, y me introdujo una cámara para corroborar la "milagrosa" desaparición. Su diagnóstico fue el mismo. Nada de nada. El matrimonio de médicos se miraba y no daba crédito. Apenas articularon palabra. Mejor no buscar explicaciones. Nos fuimos abrazándonos como nunca. Sintiendo una gratitud inmensa. Y con la sensación de que había que aprender de la experiencia y compartirla. Poco después tuve otra prueba similar. Quizás de menor calado, pero también importante para mí. El dedo gordo de mi pie me llevaba dando la lata varios meses. El dolor era por momentos insoportable y, en ocasiones, me impedía caminar. Tras visitar a varios médicos el diagnóstico acabó coincidiendo: un quiste en dicho dedo. Sólo cabía intervención quirúrgica para extirparlo. Pero una operación en ese dedo nunca ofrece garantías de éxito, porque muchos acaban con cojera. Aproveché la experiencia anterior con los quistes, y decidí escuchar a mi dedo gordo del pie. ¿Qué quería decirme? ¿Quizás que iba con demasiadas prisas por la vida? ¿Quizás que debía parar el ritmo frenético con el que iba de arriba para abajo atendiendo casa, hijos, trabajo...? Me puse manos a la obra. Meditación, reiki y tomé la mejor de las medicinas: "Decisiones al canto". Decidí dedicarme tiempo para nadar y hacer ejercicio. Y decidí cuidarme como me merezco. El dolor desapareció. Y el quiste del dedo al poco tiempo también.Estoy convencida de que muchos pueden pensar que fue algo casual. Otros que hubo auto-sugestión. O que quizás la meditación o el reiki hicieron algún tipo de efecto placebo. La verdad es que me importa muy poco la explicación. Lo cierto es que salí airosa de esas circunstancias, y se pudo obrar un aparente milagro. ¿Esto significa que no hay que ir al médico? No. ¿Esto significa que no hay que tomar medicinas? Tampoco ¿Esto significa que podemos ser inmortales o solucionar absolutamente todas las enfermedades por nosotros mismos? Probablemente tampoco. Pero mi experiencia personal me ha dejado clarísimas dos cosas. La primera, que la medicina occidental va al síntoma, y no a las causas que nos traen las enfermedades, y es importante prestar atención a ambas. Y segundo, que tenemos una capacidad gigantesca para curarnos a nosotros mismos mediante nuestras creencias y la escucha activa de nuestro cuerpo, haciéndonos conscientes de lo que quiere decirnos.Es una suerte que ya hasta la ciencia lo diga. Desde Max Planck, considerado el padre de la teoría cuántica, con su "matriz" de energía explicando cómo el universo responde a nuestras creencias, hasta John Wheeler, colega de Einstein, y su universo participativo, en el que la conciencia no sólo es importante, sino que es creativa. Desde Konrad Zuse y su realidad digital en la que todo está hecho de información más que de cosas, pasando por Seth Lloyd explicando que la historia del universo es un enorme y continuo cálculo cuántico, en el que los átomos actúan como los bits de información de cualquiera de nuestros ordenadores de casa. Y por supuesto Mandelbrot desarrollando las matemáticas fractales y el concepto de autosimilitud, evidenciando con ello que la naturaleza y el universo pueden ser el resultado de pautas creadas por un enorme programa cuántico que comenzó a funcionar hace mucho tiempo. Es una suerte que muchas teorías científicas empiecen por fin, y desde hace años a constatar (aunque sorprende que no se difunda más ampliamente) que nuestras creencias actúan a través del ADN como programas dentro de ese gran ordenador cuántico, igual que nuestra conciencia actúa como su sistema operativo. Y todo eso es una suerte porque si no, ¿cómo íbamos a poder explicar a quienes siguen anclados en la vieja ciencia, anterior a todos estos descubrimientos, unos aparentes milagros que no son tales? En casa nos encantan los documentales de ciencia, y nos apasiona el momento en el que vivimos en que muchas cosas que antes se consideraban esotéricas o espiritistas, ahora están siendo confirmadas por numerosos científicos, creando un bello puente entre dos amigos hasta ahora mal avenidos: la ciencia y la espiritualidad. Pero está claro que todo depende de nuestras creencias. Y si nuestras vidas se basan en lo que creemos, ¿qué sucede si nuestras creencias están equivocadas en su pesimismo, como lo ha estado la ciencia en tantos asuntos?Yo, por si acaso, lo tengo claro. Me apunto al carro de gestionar mis creencias. Porque me he dado cuenta que estamos a una creencia de distancia de alcanzar salud o curación. De lograr retos utópicos. De romper moldes. Y tan sólo hace falta tener la certeza derivada de aceptar lo que pensamos que es verdad en nuestra mente y sentimos que es cierto en nuestro corazón. Muchos me preguntan cómo lo hago. Yo sólo tengo una respuesta: lo creo desde el corazón, no desde la mente. Y tomo decisiones implacables por mucho que cueste. Estoy completamente convencida de que la vida no está en mi contra, sino a mi favor. Y es por ello que le tengo profundo respeto y le doy las gracias por todo lo que me rodea. Ésta es una oportunidad única. Estamos a un paso de lograr cualquier cosa que creamos en nuestro interior. Creer es crear.