A veces abarcaba todo el mundo con mis brazos.

Y a veces abarcaba todo el mundo con mis brazos. Eso fue antes. Antes de que fueran cortos, y de que sólo abarquen tu cuerpo y sus presencias. Abarcaba futuros de mundos perfectos, de batallas vencidas, de enemigos caídos. Eso era antes de que mis brazos se hicieran pequeños a base de derrotas y golpes parados. Todo se contenía en mis brazos, todos los besos, todos los bailes perfectos de sábados eternos, todos los partidos de fútbol. Todo se podía levantar, arreglar, empujar.

Ahora mis brazos son pequeños y poco abrazan. Una mañana de un fin de semana, cuando te levantas más tarde que yo y oigo tus pasos y pienso en decirte buenos días y abrazarte. Una primera terraza de verano, con el sol adolescente y tímido haciendo que tu rostro tenga una luz especial, de ese especial entre tú y yo. Son pequeños ya mis brazos, pero quizás más fuertes.

Ya no abarco razones a cualquier precio, batallas que no tengan derrotas que pueda decir mías, enemigos que no puedan ser igual que yo. Antes eran grandes y todas las batallas buenas, ahora son más pequeños y saben del amargo sabor de la victoria, cuando te das cuenta que vencer es sólo alargar un poco la derrota y que esta la mayoría de las veces es lo que merece más la pena. Antes todas las armas parecían valer, y ahora todas pesan demasiado. Ahora prefieren no tener que luchar, y saben que el mejor ataque es un abrazo, y más cuando son imposibles.

Ya no hay banderas que agarrar y llevar al viento. Ahora mis brazos prefieren las sábanas para acogerte a mi lado y los manteles para compartir con viejas guardías. Ahora mis brazos son pequeños y prefieren sentir el viento a lo que el viento mueve. Ahora ya no abarco fronteras sino cuartos de estar y barras de bar. Ahora no puedo cavar trincheras pero si surcar tu cuerpo con mis dedos.

A veces abarcaba el mundo con mis brazos, y ahora cada cosa que abarco vale un mundo.